Ahora toca digerir los datos, analizar la tasa de castigo y fidelidad de los electores. Los cerebros de las campañas (aunque algunos han pagado los errores con su propia vida parlamentaria) tendrán que escudriñar con detenimiento los motivos de la vuelta a casa de más de dos millones de votantes en el caso del PSOE, de la espantada de 3,5 en el PP, o la sangría que soporta Unidas Podemos: 1,4 millones más. Al margen de los indicadores ideológicos, los partidos tienen que diseccionar también el carácter emocional y racional de los votos que han recibido y de los que les han sido negados, porque el domingo se votó con la cabeza pero también con el corazón y las tripas. ¿Cuántas votantes del PP han dado una patada a Casado por sus desbarres en cuestión de política de género, aborto o violencia machista? «Hombres que se portan mal», así denominó a los maltratadores. ¿Cuántos votos ha recuperado Sánchez solo para evitar que pacte con los independentistas? A juzgar por los gritos de «Viva España, viva el socialismo» que se oyeron en Ferraz, muchos. ¿De qué manera ha influido en Unidas Podemos que el líder y la lideresa formen parte de la casta y protagonicen una discrepancia interna que se agrava con los resultados? El hecho de desaparecer de las comunidades más castigadas por la despoblación es la respuesta al poco afecto político y la nula empatía social que este partido ha mostrado hacia el voto rural. ¿En qué ha fallado la campaña de Cs en Cataluña hasta dejar fuera de juego a Carina Mejías, que abandonó el Ayuntamiento de Barcelona para ir al Congreso? Si se analiza en clave Arrimadas habrá que reconocerle a Rivera buen ojo clínico al llevársela a Madrid. Alguno, como Santiago Abascal, solo ha necesitado horas para examinar la semiderrota de su partido, y aunque dice que no va a modificar su beligerante discurso, solo por el tono de ayer ya se puede aventurar que al menos afinará su perfil guerrero.