Hace nada publicaba La Vanguardia su última encuesta sobre el universo indepe catalán, cada vez más pequeño. Frente al 44% de partidarios de la aventura secesionista, un 49% tenía clara su pertenencia a España, permaneciendo indecisos un 7%.

En líneas generales, se trata de una buena noticia.

Si lo es, se debe sobre todo a un cierto retorno a la normalidad por parte de un sector del electorado catalán que, de asomarse hace poco al abismo, ha dado en los últimos meses marcha atrás en busca de la tierra firme.

Según la consulta de La Vanguardia, la flotación constitucionalista solamente hace aguas por debajo de la línea de los treinta años. Debido, me atrevería a suponer, a que las soflamas de Puigdemont y Junqueras, o los gags de Rufián, el clown del procès, chocan con la madurez de la razón de una mayoría de electores, pero todavía pueden prender candela en la juventud (enfermedad, como decía Bernard Shaw, que se cura con el tiempo).

El secuestro político y virtual que dos partidos puramente regionales, como PDeCAT y Esquerra, mantienen sobre el conjunto de Cataluña sólo es equiparable al que el PNV ejerce sobre el País Vasco. Como consecuencia de esa ocupación institucional, adoctrinamiento y fanatismo, sectarismo y manipulación no son venenos declarados tales sino plantas venenosas que se riegan a diario desde la Generalitat y muchos Ayuntamientos y púlpitos (siendo muchos los curitas trabucaires, coleccionistas de retablos y desobedientes a Roma), enrareciendo el ambiente de la política local y transportando su peste en fétidas nubes hasta el Congreso.

¿Hasta cuándo? Hasta que los catalanes abran bien las ventanas para purificar el ambiente y renuncien a seguir alimentando y secundando a estos vividores de una ideología que repugna en Europa pero entusiasma a Putin y a otros dictadores deseosos de perjudicar a Occidente.

Además de con el sentido común de una creciente mayoría antiindepe contamos con el escaso nivel de los llamados líderes nacionalistas, cuya mediocridad intelectual roza en algunos casos la indigencia. Desandando el camino de la locura muchos redescubrirán la razón .