He de confesar que el tema del enfrentamiento entre nacionalistas españoles y nacionalistas catalanes me produce un inmenso aburrimiento, hasta el punto de que tengo la tendencia a despreocuparme de un asunto profundamente preocupante. Preocupante por las terribles consecuencias que puede acarrear este juego de odios, agravios y menosprecios en que nos están metiendo los nacionalistas de ambas patrias. Se pudo comprobar esto de un modo muy desasosegante en los días que siguieron al terrible atentado de Barcelona, en el que unos y otros se olvidaron con rapidez de lo sustancial para volverse a enzarzar con sus fobias y obsesiones. El resultado fue un espectáculo penoso.

Como bien teoriza uno de los autores que más aprecio en la actualidad, Frédéric Lordon, la política es el arte de los afectos, de generar afectos que deriven en determinados efectos. Esos afectos pueden ser tristes o alegres, atravesados por el odio o la empatía, o la solidaridad. Producir y gestionar esos afectos es, en nuestras actuales sociedades, cometido fundamental de los políticos y los medios de comunicación. Y esa gestión se puede realizar desde la responsabilidad o desde el oportunismo interesado. Creo que es evidente que, en este caso, es este último el que acapara todo el protagonismo.

En ambos bandos, el timón está en manos de los partidos representantes de la derecha tradicional, el PP en España, el PDECat en Cataluña. La derecha española, por mucho que se envuelva en la bandera patria y despotrique contra el nacionalismo, siempre que no sea el suyo, nunca ha tenido problema en aliarse con nacionalistas vascos y catalanes para llevar adelante las políticas comunes que todos ellos defienden y, sobre todo, para sacar adelante presupuestos. Incluso en este ambiente tan enrarecido que vivimos, los pactos PP- PDECat se han seguido produciendo, sin problemas, en el Parlamento de Madrid. Los ascos patrióticos desaparecen cuando hablan de pasta.

Pero, además de los temas estrictamente políticos, la derecha española y la catalana tienen otro interés común: tapar la corrupción que los corroe hasta la médula. Los Pujol, Bárcenas, Mas, Rato y compañía, que tan bien se han llevado siempre en su carrera política, tienen ahora intereses comunes en su carrera judicial. La derecha corrupta, española y catalana, ha encontrado en este choque de trenes nacionalistas un instrumento magnífico. Por un lado, le permite polarizar a sus fieles bajo argumentos presuntamente políticos, por otro, borra de las páginas de los (sus) medios de comunicación el tema de la corrupción y, finalmente, hace desaparecer de la agenda política los temas de orden económico y social derivados de la crisis provocada por esa misma derecha. Una jugada perfecta por la que, no me cabe duda, unos y otros se felicitan.

Es cierto que en Cataluña la cosa es más compleja y que la derecha corrupta ha conseguido una alianza transversal con una parte de la izquierda catalana. Pero ya sabemos, la historia nos lo ha mostrado hasta la saciedad, en especial en la génesis de la I Guerra Mundial, que hay una izquierda que cuando tiene que elegir entre el internacionalismo de izquierdas y el chovinismo nacionalista, se decanta por el segundo. Una izquierda que, desgraciadamente, prefiere aliarse con el corrupto cercano antes que con el trabajador lejano, difícilmente puede ser calificada como izquierda. Claro que todas las iniciativas de la derecha española no hacen sino favorecer que mucha gente catalana que abomina de la corrupción y de Convergencia se sienta afrentada y, por tanto, se posicione frente al agresivo nacionalismo español, cuyas raíces franquistas perduran en la memoria.

Mucho me temo que, con estos actores políticos, solo atentos a sus míseros intereses, la situación no hará sino empeorar. A pesar de que, como he dicho, me aburre soberanamente el tema, en razón de las terribles consecuencias que puede acarrear creo que es preciso seguir lanzando un mensaje para generar afectos solidarios, de empatía, de reconocimiento entre dos realidades culturales, la catalana y la del resto de España, que se enriquecen mutuamente. España y Cataluña, Cataluña y España, serán más pobres la una sin la otra. A mayor gloria de los corruptos que nos gobiernan a ambos.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza.