Imaginen que la presidenta de las Cortes de Aragón, Violeta Barba, hubiese moderado ayer una Ley de Secesión, y que el presidente de Aragón, Javier Lambán, se las hubiese arreglado para sumar una mayoría parlamentaria favorable a la independencia de Aragón. Sigan suponiendo que, tras enconados debates con los partidos constitucionalistas, la Cámara aragonesa hubiese aprobado un proceso de separación del Estado español... ¿Cómo habrían asistido los ciudadanos a semejante sesión? ¿Con estupor, indignación, satisfacción...?

Pues esa escena, ahora mismo distópica, perteneciente a las morbosas fantasías de la política ficción, podría acontecer en un futuro no demasiado remoto de lograr Cataluña su independencia en los próximos meses. No sería, desde luego, la única autonomía en seguir ese camino. Una vez convertida, a base de marrullerías como las que ayer exhibió en el Parlament su tramposa y fanática presidenta, Carmen Forcadell, en un supuesto estado-nación con forma de república, otras autonomías intentarían seguir su nal ejemplo. El País Vasco, la primera. A medio plazo no habría que descartar más intentonas, en un efecto dominó que podría tener en el cantonalismo su finiquito territorial.

Cataluña, secuestrada por un grupo de aventureros, se expone a sufrir un capítulo que podría terminar trágicamente si las emociones se desbordan en las calles y a la lógica, constitucional, legal, inevitable retirada de las fraudulentas urnas del sectario Puigdemont prosigue una resistencia activa de los grupos más radicalizados que apoyan al gobierno catalán y a los partidos que lo sustentan en esa precaria y dividida mayoría que no representa a la del pueblo de Cataluña.

Sí que simbolizan, claro está, y muy ricamente los Puigdemont, Pujol, Homs, Forcadell, Junqueras, Romeva, etcétera, a sus respectivas familias, algunas de ellas, como la de don Jordi, procesadas del primer al último de sus miembros. El oscuro clan de los nacionalistas catalanes ha empleado todos los medios posibles para enturbiar su rastro lanzando a su región (que nunca ha sido otra cosa) a una huida hacia adelante, costeando sus delirios con el indebido empleo de dinero público, hasta al menos esos 5 millones que les reclama la justicia por sus campañas y consultas en favor del referéndum.

Ira y locura, hoy. Mañana, la política no lo quiera, frustración, venganza, dolor.