Desde la crisis institucional por el golpe a la democracia del nacionalismo catalán que tambaleó los cimientos de la Constitución en octubre del 2017 se ha instalado una fatiga ciudadana en Cataluña. Y en los dos polos de la sociedad.

Los constitucionalistas airean con afán la victoria del Estado de derecho mientras reclaman que no deba concederse ni el indulto ni el beneficio de la duda en los planes nacionalistas.

Los seguidores de las tesis independentistas ven con recelo que exista una forma de ejecutar su ansiada separación sin un acuerdo político. Y luego está el resto, los que viven entre los extremos, que no se reconocen en una Cataluña alejada de su mejor versión.

En la hora decisiva de las elecciones catalanas del próximo 14 de febrero, el estancamiento que se percibe en el conflicto catalán propiciará que la bilis de unos o la propaganda de otros sean el ritmo de la campaña. El hastío en Cataluña es generalizado, y se percibe en los candidatos.

La pandemia ha ayudado también a ese sentimiento manifiesto de fatiga. Organizar unas elecciones en plena tercera ola, y con la incidencia de contagios subiendo cada día, así como permitir a los positivos por coronavirus ejercer su derecho a voto,lastra la percepción de seguridad. O quita las ganas, directamente.

El pulso raquítico de la política catalana reduce las aspiraciones que debe tener la política del Gobierno de España por seguir tentando a las soluciones para que haya futuro en la unión. Pero no se percibe optimismo en los candidatos, ni mucho menos ambición por resolver el conflicto.

De la fatiga de Cataluña a la más que posible amplia abstención que vaticinan las encuestas. La corrupción del pujolismo, la estafa del procés o la inestabilidad económica que deja una posible independencia se consolida con la falta de alternativa política.

La clase política catalana sigue manoseando los mismos argumentos de los últimos años. Es su manera de instalarse en el regate corto para no errar en las previsiones.

En la polarización siempre habrá bloques donde las culpas de la derrota serán compartidas. Lo que se intuye es que la abstención será la principal ganadora de unos comicios que, antes de conocerse, están por enésima vez condenados a la ingobernabilidad.

Al menos el separatismo usa el comodín del tercer grado para permitir a los condenados por sedición participar en la campaña para arengar a sus masas polarizadas. Una jugada que ahonda más en la demencia política de Cataluña.