Las toscas insinuaciones del comando anti-Carod, con llamadas a no consumir cava catalán durante estas navidades, entran dentro de la anécdota de que no se puede mantener una postura constantemente agresiva, sin suscitar algún tipo de agresividad, aunque sea tan extemporánea e irracional como la comentada, pero la economía catalana tiene ante sí algunos otros riesgos tan ciertos como graves.

El primero de ellos es el previsible paro de unas 10.000 personas del sector textil, tras el acuerdo con China. El segundo, también a corto y medio plazo, el progresivo desmantelamiento de la actividad tradicional de la automoción, derivado de la ampliación de la Unión Europea. A la inteligencia del empresariado catalán no le coge de nuevas la crisis del sector textil, porque tiene experiencias de otras oleadas, que ha sabido prever y calcular, pero China es mucha China, y con la calidad y los precios de sus productos finales no es ni siquiera sensato intentar competir. La crisis de la automoción puede parecer el cuento del pastor mentiroso que engañaba diciendo que venía el lobo, pero es posible que cuando el lobo venga de verdad nos pille asentados en unas factorías a punto de desmantelarse y en unas empresas medias que sólo puede supervivir mientras les encargue pedidos un único cliente. A estos dos factores habría que añadir el de la deslocalizacióm empresarial, de la cual Cataluña en particular, y España en general, han sido beneficiarias, pero de la que vamos a ser --estamos siendo-- víctimas diarias.

El futuro de Cataluña no depende de su grado emocional, del cambio legislativo de su estatuto, y, mucho menos, de su hipotética independencia, sino de la fortaleza para afrontar los graves y magníficos problemas que se avecinan para los países más desarrollados de Europa, digamos Francia y Alemania. Que los esfuerzos se vuelquen en la sardana es algo que deben decidir los propios catalanes.

*Escritor y periodista