Los dos atentados suicidas de Irbil, en el Kurdistán iraquí, alientan los peores presagios. Las tensiones que amenazan la integridad territorial de Irak desde su nacimiento, artificioso y colonial, han sido aprovechadas por algún grupo ligado con Al Qaeda para desencadenar un doble ataque que agranda el caos en que se mueven las tropas estadounidenses. Ante las demandas electorales de la mayoría shií y de su líder, el ayatolá Sistani, para quien el federalismo es sinónimo de partición del país, la minoría kurda (20% de la población), principal apoyo de la invasión de EEUU, reclama la autonomía que se le prometió, incluido Kirkuk (40% de las reservas petroleras). Por el contrario, unas elecciones, con previsible victoria shií, y un gobierno sin kurdos entrañarían la desintegración del país.

Las aspiraciones de un Kurdistán autónomo o semiindependiente alarman a Turquía, Siria e Irak, tres países con importantes minorías kurdas, y amenazan con poner en pie de guerra a toda la región, sin que se sepa bien cuál sería la actitud de EEUU. Es evidente que el equipo de Bush, obsesionado por la petropolítica y el terrorismo, no calculó las consecuencias de la ocupación, ni tiene planes creíbles para afrontar la catástrofe general que se avecina.