Conviene distinguir las situaciones de riesgo de las situaciones inciertas. Las primeras tienen que ver con acontecimientos que se producen más de una vez y con cierta regularidad. Su ocurrencia se puede prever en términos probabilísticos y la política que cabe aplicar en base a esa información es la prevención. En cambio, las situaciones inciertas derivan de acontecimientos que sólo se dan una vez y que, por lo tanto, tienen frecuencias inobservables. En este segundo caso no hay una realidad exterior a la que se pueda acudir para asegurar que lo que se teme vaya a ocurrir. ¿Por qué se presume entonces que va a suceder algo? Pues porque es la propia precaución la que genera el peligro. Más exactamente, crea un peligro a la vez que lo conjura. Estamos ante una profecía que se niega a sí misma. Su discurso es el catastrofismo y para que funcione es necesario que las gentes desconozcan su arbitrariedad.

En los mercados ocurre algo parecido. Los agentes económicos interactúan (compran y venden) tomando los precios que con sus actuaciones contribuyen a fijar como si fueran datos fijos, independientes de sus acciones, así que no saben que son ellos, como ocurre en las catástrofes virtuales, quienes construyen la realidad con su desconocimiento. Pero aún faltan dos importantes personajes, el político que gestiona este tipo de realidad y el analista que la investiga. Ambos saben que tanto los precios como las catástrofes están construidos por los participantes sin que estos lo sepan. De modo que el poder y conocimiento de aquellos depende de la ignorancia de estos. En el mercado los actores no saben que producen los precios y en el catastrofismo los actores no saben que van a hacer que la catástrofe no se produzca. Al contrario, creen que los precios tienen vida propia y que la catástrofe es inminente.

Afortunadamente, este escenario no es el único posible. Hay otro en el que las élites no logran saber ni gestionar nada, mientras que las gentes saben desenvolverse bastante bien. Es lo que ocurre en las situaciones metaestables o alejadas del equilibrio. Por ejemplo, en los momentos de pánico financiero, sin precios estables, los actores sobreviven imitándose mutuamente y los analistas no alcanzar a conocer ese desenfreno mimético que tampoco los políticos o funcionarios saben gestionar. Por lo que respecta a los miedos inspirados por catástrofes, como reproducen formal y sustancialmente la situación que dio lugar al nacimiento del Estado moderno, la solución metaestable exige ir más allá de él. En efecto, si el Estado es un punto fijo exógeno que instituye relaciones verticales entre las gentes y él, la inestabilidad produce relaciones horizontales que impiden la aparición de instancias exógenas. Dicho más claro, si el Estado produce orden atemorizando con descargar su violencia, en las situaciones desordenadas los participantes contienen el peligro de la violencia dramatizándola, jugando a hacerse miedo.

En definitiva, si en las situaciones estables todo deriva de un punto fijo exógeno (el Estado, dios o una catástrofe), en las situaciones inestables, dominadas por las relaciones interindividuales, todo emana de una totalidad endógena. La posición del participante es, en cada caso, diferente. En el primero no sabe que da vida al punto fijo exógeno del que cree recibir la seguridad, la capacidad de trascender o el fin de todo, mientras que en el segundo controla más su vida y contribuye a crear un orden distinto, sin instancias trascendidas y luego vueltas independientes. El analista, por su parte, tiene un saber o conocimiento de lo que sucede en ambas situaciones que es exactamente inverso al de los participantes. En la situación estable sabe que el punto fijo exógeno es una ficción y que su existencia depende de la fe y colaboración ciega de los individuos. En cambio, en la situación inestable, aunque pueda percibir ese teatro de fuerzas, no sabe explicar cómo se genera el orden.

Ojalá no nos demos cuenta demasiado tarde de que la intervención del Estado para librarnos del coronavirus va a ser más perjudicial que la gestión de la crisis con la que nos han colado el estado de excepción laboral y económico del que ya no podemos salir. Esta vez podrían llegar convertir toda la sociedad en un inmenso campo de concentración. No sé ustedes, pero yo prefiero tratar directamente con el virus.

* Catedrático de Sociología