La diputada Álvarez de Toledo es una rara avis en política, no quiere agradar ni siquiera a los suyos. Se ha quitado de encima esa losa de aprendizaje que inculcaron a las mujeres sobre la virtud de la complacencia. Lo malo es que para conseguirlo la arroja a cualquiera que le lleve contraria. Se la ve cómoda en esa antipatía, no sé si innata o adquirida, que mantiene con tesón. Ni un momento de relajación en estos años, siempre distante e imperturbable.

Cayetana ha sido muy hábil en la confrontación, fue sin duda una de las estrellas de las dos últimas campañas electorales en España. Imposible olvidar el jersey amarillo con el que se presentó al debate en TV3 eclipsando a la candidata de JxCat, Laura Borrás, o como monopolizo el debate a seis de Televisión Española con la buscada polémica sobre el consentimiento en las relaciones sexuales. Diluyó el valor en alza de la derecha que era Rocío Monasterio e intentó neutralizar la figura de Inés Arrimadas. Le fue bien en campaña, pero en la política posterior, Arrimadas ha sido más rápida en la transformación de su partido y la vuelta a la utilidad.

Y ese es el gran hándicap de la diputada popular, eficaz en la provocación, pero inoperante en la negociación o el acuerdo. Fue jefa de gabinete de Ángel Acebes, una vez que este abandonó el Ministerio del Interior con la derrota electoral tras el 11-M, y se trasladó a la Secretaría General del Partido Popular. La carrera de ambos fue retrocediendo con las renovadas posibilidades de victoria de Mariano Rajoy en el 2010. No eran necesarios para conseguir mayorías parlamentarias y formar gobiernos, más bien, molestaban.

Ella sigue impertérrita en la descalificación, en la búsqueda de enemigos y cada vez más sola, incapaz de adaptarse a las desnortadas ordenes de su jefe de filas, ahora pactistas ahora bestias pardas. Si hasta el expresidente Aznar dulcificó sus actitudes para mejorar sus posibilidades electorales, con entrevistas humanas, acercamiento a líderes de izquierdas y una campaña de familia unida, con su esposa de comentarista de asuntos cotidianos en un informativo de Tele 5. Ella no, no va a popularizar su discurso, ni a hacerse fotos en el mercado. De Oxford a Fuencarral ella no transita tan fácilmente y volverá a ser achicharrada por su partido de nuevo. Ayer, el presidente de Castilla-León apuntó que deberían apostar todos por una desescalada verbal, precisando también su nombre. Y a ella no se le ordena, no se le lleva la contraria, porque se va y cierra la puerta al salir.