Pablo Casado no entiende. «Un votante de Vox no tiene ni una razón para no votar al PP», afirmó el candidato del PP. Él, el hombre que parece estar en permanente combate con la torpeza y siempre acaba perdiendo.

El que puso en duda que las mujeres «sepan lo que llevan dentro», el que resucita en plena precampaña la inmoral gestión que su partido hizo del 11-M. ¿No se le habrá ocurrido a Casado pensar que es él la razón de la sangría?

Cada uno de sus desaciertos expresivos es alimento para Vox. A Abascal le basta con estar, mostrarse (exhibirse) y lanzar alguna provocación (bastantes menos que hace unas semanas).

En descargo de Casado, es justo reconocer que las dinámicas electorales tienen algo de fuerza de la gravedad. Cuando la cosa empieza a caer, nada parece detener el trompazo. ¿Nada?

En Cataluña ha aterrizado una mujer, más bien una alienígena de la caldeada superficie amarilla, que derrocha (y mucho) todo lo que parece faltarle a Casado.

Cuando ya nos habíamos acostumbrado a la desoladora evidencia de que cualquiera puede ser candidato y cargo (basta con estar en el lugar y el momento adecuados), llega Cayetana Álvarez de Toledo, con su mirada altiva (muy altiva), su verbo afilado y su seguridad tan aplastante como bien argumentada y, por muy en las antípodas ideológicas que estés, recuerdas que la inteligencia sirve para algo.

Con ella enfrente, hasta Abascal caería del caballo.

*Escritora