La exhibición fugaz de un seno femenino durante el intermedio de la final de la Super Bowl --la competición más seguida de Norteamérica-- ha supuesto que las cadenas de televisión de Estados Unidos acepten que en determinadas retransmisiones en directo se practique el bucle: diferir cinco minutos la difusión del evento para que un censor pueda reaccionar ante lo que crea inconveniente. El debate parece ser uno más entre las habituales excentricidades que suceden en EEUU. Salvo que lo relacionemos con lo que aquí ha ocurrido con los premios Max de teatro o los Goya de cine.

La censura en EEUU se ha aplicado por primera vez durante la entrega de los premios Grammy, dedicados a la música de gran consumo, pero con la mirada puesta en lo que realmente preocupa a los rectores de la ultraortodoxia en la Administración de Bush: que nadie durante la próxima ceremonia de los Oscar pueda decir ninguna inconveniencia relacionada con las elecciones de noviembre en EEUU. El conservadurismo más reaccionario, que en España también tiene mucho predicamento, ha recuperado la antigua receta de querer decidir lo que se puede ver para acabar determinando lo que se puede pensar.