Fue ya a mediados del siglo XIX, tras la caída del antiguo régimen (el de las monarquías absolutas) y el consiguiente auge de los nacionalismos y del liberalismo en Europa, cuando los políticos se dieron cuenta del gran poder que ejerce la prensa en la sociedad, capaz de influenciar y conseguir algo tan anhelado para quienes aspiran a gobernar (desde Roma hasta nuestros días) como es conquistar los corazones y las mentes de la ciudadanía, y muy especialmente los de los votantes.

Por eso se ha llamado a la prensa (a los medios de comunicación en su conjunto) «el cuarto poder», tras los otros tres: el legislativo -las Cortes y el Senado- el ejecutivo -Gobierno- y el judicial -el de los jueces-. Una definición, sin embargo (la de cuarto poder) que es, a mi juicio, del todo errónea, pues si bien es cierto que no habría verdadera prensa sin el derecho a la libertad de expresión (imprescindible para garantizar una información veraz) tampoco la hay cuando la prensa se manifiesta como poder, pues de este modo colisiona con los principios de neutralidad e independencia, sin los cuales pierde credibilidad, principal activo para atraer a la audiencia.

Sensible y crítica

Sería más correcto entonces hablar de la prensa como un necesario «contrapoder» que confronta y contrapone las inquietudes sociales a las decisiones que emanan de la amplia esfera del poder, el cual no se circunscribe a los anteriormente citados, sino también -y muy especialmente- al financiero, incluido el de las grandes fortunas cuya cumbre mundial se ha celebrado recientemente en Davos. Así, la prensa ha de ser a la vez que sensible a la voz de la calle, crítica ante las decisiones que a ella le afectan y ante quienes las toman.

Por ello, personalmente, me resultó sorprendente a la vez que preocupante, la censura de la que, en directo durante una alocución pública a la nación el pasado 6 de enero, fue objeto el expresidente Trump por parte de la CNN. Un presentador de la cadena intervino de súbito afirmando que cortaban la retransmisión porque lo que Trump estaba diciendo respecto al fraude electoral en las elecciones era falso. Censura a la que se unieron poco después las más importantes webs y aplicaciones de mensajería a nivel mundial.

Un caso paradigmático de los medios de comunicación ejerciendo de 'gate keeper' ('guardián de la puerta') levantando una muralla informativa y abriéndola o cerrándola en función no de qué se dice sino de quién lo dice, pues la misma cadena y medios no censuraron la información de los demócratas cuando acusaron a Trump de lo mismo: es decir, de haber ganado las anteriores elecciones gracias a la intervención de 'hacker's rusos en el sistema de votación.

De este modo, los medios de comunicación, censurando al que fuera presidente de una de las naciones más poderosas del mundo, no solo han actuado como un cuarto poder sino que han demostrado ser el primero de todos.

La buena noticia es que ahora sabemos que todo cuanto dice la CNN y se publica en las redes sociales es la incuestionable verdad. Lo demás, según la voz de sus poderosos supercensores, es mentira. O sea, '1984' en diferido.