La diversidad de España necesita una versión mejorada. No es propio que la pluralidad de un territorio con tanta historia como potencial no sea capaz de reclamar una descentralización administrativa desde el Estado al resto del territorio.

La decisión irracional de un monarca en 1561 aún pesa en la compleja gestión territorial de España. No es lógico, ni necesario, que un país centralice todas sus decisiones en una única capital que no admite ni entiende las desigualdades del resto del país.

El centralismo de España es una losa que sacude con contundencia el futuro de las regiones más pobres, extensas o asfixiadas por la despoblación. Aragón es el mejor ejemplo.

Las dificultades globales de un Estado moderno desde una capital férrea en base al centralismo perenne no resulta. Lo decía Unamuno en 1895: «La cuestión es esta: o España es un país central o periférico. O sigue la orientación castellana o toma otra orientación».

Desde una lógica globalista, no es descabellado pensar que una capital de un Estado pueda --o deba-- cambiar cada cierto tiempo. Es la misma esencia de una multinacional que busca intereses hacia un lado o hacia otro.

La deriva castellana imperialista mantuvo Madrid como el foco al que las nuevas Indias debieran mirar. Sin embargo, nunca España se ha planteado cambiar el eje de sus políticas con otras miras o sensibilidades. Madrid es el centro geográfico de un país diverso pero, ¿por qué no dotar a otros territorios de la voluntad política que predica un ministerio?

Quizá alguno lo tilde de perogrullada. Sin embargo, creo que en el mundo que vivimos nada es descartable y todo es posible. Si Madrid quiere hacerse valer, no solo respecto a los nacionalismos periféricos sino a la España Vacía, debe delegar su administración.

Por el simple hecho de actuar en favor de lo que necesita España. Es impensable que no haya un eje ferroviario de alta capacidad Bilbao--Zaragoza--Valencia. O que no exista una conexión con Lisboa a Madrid u otras ciudades. Por no olvidar la falta de impulso de Corredor Cantábrico-Mediterráneo o el Corredor Mediterráneo.

Porque durante los últimos siglos todo ha girado hacia Madrid. Y esto es un error que se perpetua en el tiempo. España es mucho más que Madrid.

Hay que girar todo el peso administrativo, que luego atrae el económico, social o diplomático, en los lugares con más interés nacional que una ciudad que sea céntrica.