Una de las razones que puede contribuir a explicar la reciente y amarga derrota de los populares reside en su extravío del tan perseguido centro político. Fue ésta una de las más pertinaces obsesiones de José María Aznar, sabedor de que, en efecto, una mayoría del electorado español responde a ideologías moderadas, bien a la derecha, bien a la izquierda, pero a escasa distancia siempre de la piedra filosofal del centro político.

En el proceloso mar de la transición, Adolfo Suárez, que era capitán de horizontes, pero no de tormentas, descubrió enseguida esa roca magnética, sobre la que reposaba el vellocino de oro, y hacia ella pilotó su tripulación, compuesta por argonautas de muy distinto pelaje, con predominio de cristianos, que lo fueron poco, y otras hierbas del liberalismo encubridor.

Después, José María Aznar, gracias a sus primeros fracasos, y a la asesoría de Arriola, emprendió hacia el centro político un viaje sinfín, pues su galeón, como si estuviera anclado a un viejo puerto, nunca llegaba a esos mares. En auxilio de su ruta convocaría Aznar al grumete de los Suárez, Adolfito, pero el chico, poco ducho en travesías difíciles, se mareó de mala manera, a tal punto que tuvo que saltar del barco, pensando que se hundiría.

Antes, Felipe González no perdió las elecciones por haber descuidado la vigilancia del centro, sino porque Roldán y otros se le descentraron, o amotinaron, y lo arrastraron a pique. Después, el pobre Joaquín Almunia, descentrado por la crisis de Borrell, y por el peso de una responsabilidad excesiva para él, no supo encontrar ya no el centro, sino ni siquiera el camino de salida, y acabaría dando paso al chaval de León, ese centrado José Luis Rodríguez Zapatero que, al final, se los habría de llevar a todos al huerto. O al centro.

Aznar ha perdido el centro, y, con él, las elecciones, al escorar el partido a la derecha. Esa responsabilidad, la del peor error estratégico de su segunda legislatura --con mayoría absoluta-- en el poder, fue sólo suya. El sólo, contra buena parte de su partido, declaró la guerra a Irak, arrastrando a Rajoy en un vértigo que descompuso la flema británica del gallego. "Tú y tu guerra", aseguran que le espetó Rajoy a Aznar, en Génova, la noche electoral de la derrota.

La derechización del PP, mansa y jerárquicamente aceptada por sus delegaciones territoriales, ha tenido consecuencias benéficas para el Partido Socialista, cuyos fontaneros, aconsejando al líder seguir la estela de las pancartas, han venido ocupando, sin alarma ni ruido, el ancho espacio electoral de la gente tranquila. También ese fenómeno, como no podía ser de otra forma, sucedió en nuestra comunidad, donde un impotente Gustavo Alcalde, escorado a posiciones trasvasistas y bélicas, ha visto esfumarse, sucesivamente, tres citas electorales: las autonómicas y municipales del pasado mes de mayo, y las recientes generales. Y camino va también de palmar las europeas.

El Partido Popular, empero, es consciente de los errores de Aznar, y por eso, en las quinielas del futuro, suena, como siempre, en sordina, el nombre de Alberto Ruiz Gallardón. La última esperanza del centro perdido y hallado en León.

*Escritor y periodista