El inicio de la pandemia fue un cúmulo de improvisaciones, desaciertos, caos y desgobierno por parte de todas las administraciones. Nadie venía con un manual de instrucciones.

Y para sacar del atolladero al país se involucró toda la sociedad civil: desde jubilados cosiendo mascarillas en su pueblo a empresarios trayendo material sanitario del otro lado del mundo. Pero otra vez estamos en el mismo punto de salida. El inicio de la vacunación vuelve a ser un recital de falta de gestión, incompetencia y poca previsión.

Hasta tres farmacéuticas han logrado un hito científico logrando tres vacunas en menos de un año. Tan sólo España tenía que garantizar la vacunación, pero ni eso hemos sabido. O es que esto tampoco se podía prevenir, ¿no?

Porque tenemos la obligación moral de vacunar durante las 24 horas del día y los 7 días de la semana para honrar a todos los que han fallecido en nuestro país -más de 70.000, según el INE- durante la pandemia. Y aquí debería contarse con quien haga falta: empresas privadas, organizaciones (como la Cruz Roja) o hasta el Ejército. Cueste lo que cueste. ¿O no estamos en un estado de alarma para situaciones así?

De seguir vacunando a poco más de 9.000 personas al día terminaremos la vacunación en casi 18 años para lograr un 70% de la población inmunizada. No hay otra forma: todo el país debe estar implicado en la vacunación sin ninguna excusa. Hay pocas iniciativas con más retorno para garantizar que el país vuelve a la normalidad. Quedarnos cortos sería el summum de la inoperancia. Y sí, de la negligencia política.

Mientras Reino Unido pone el cerrojo a todo el país con un confinamiento total por la variante del coronavirus surgida hace pocas semanas, en España nos dedicamos a vacunar en horario de funcionario porque la propaganda o la riña política es más necesaria que la buena gestión.

Lo nuestro es competir con Omán en el éxito de la vacunación. No con Israel que con un sistema de salud muy digitalizado ha vacunado casi al 20% de su población sin dejarle ni un minuto de descanso al reloj.

Una única cosa debe quedar clara: ni crespones, ni minutos solemnes, ni aplausos que rompen el silencio, ni rasgarse las vestiduras cuando en las próximas semanas tengamos un ritmo de muertos aún más insoportable. Y ni una sola declaración en criminalizar a sectores como la hostelería. Está fuera de toda lógica que se cierren negocios mientras el 80% de las vacunas están almacenadas en un congelador.