¿Se lo envuelvo? Es lo que me dicen en la tienda apenas pago lo que he comprado. Y lo que respondo al ver la bolsa es siempre lo mismo: No, gracias. No es porque no me guste el plástico -aunque también-, ni porque lleve yo otra de ropa en el bolsillo o de papel en la mano. No es eso. En general me defiendo solo con las manos. Antes teníamos en casa una cesta de la compra, como en todas las casas. Ahora, de no ser un libro o el periódico -una botella de vino, quizás- o algo por el estilo- la compra en mi casa no la hago yo personalmente. Y quien la hace, pues eso: va con la suya -la bolsa, digo- o deja que le envuelvan lo que ha comprado como todos los clientes.

En una sentencia escolástica que cita entre otros muchos Santo Tomás y por supuesto el filósofo -es decir, Aristóteles como le llama el de Aquino- se afirma que «todo lo que es recibido lo es según la forma del recipiente». Pues bien, antes el agua se recibía en el vaso como ahora: según su forma, como las ideas en la mente según la mentalidad. Pero hoy, cuando se duda de que la gente tenga una manera de pensar: una forma, hay quien piensa que las ideas se tragan sin comerlas ni beberlas como todo que entra antes por los ojos. El consumo que nos consume nos deforma y acaba con la mentalidad.

Ya no hay cesta de la compra. Aquella cesta de mimbre ecológica, resistente y reciclable ha sido sustituida por la bolsa de usar y tirar. Y con la mente ha pasado lo mismo. Si bien la libertad de pensar no se prohíbe a nadie ni se puede, muy pocos la ejercen y muchos piensan como «se piensa»; es decir, como la gente que no lo hace. El uso de la palabra que es como el pan que se comparte, la palabra cabal del diálogo entre personas que tienen algo que decir y mucho que escuchar para aprender, se resiente con el abuso instrumental que se hace de ella. Hacer cosas con palabras, el uso pragmático de la cháchara, la tertulia, la propaganda y la publicidad al fin y al cabo después de comenzar con la retórica desplazando al diálogo socrático nos está convirtiendo en «idiotas» incapaces de hacer política. Que es lo que nos convierte en ciudadanos activos, y no en residentes ociosos. Por no hablar de consumidores que todo lo consumen, así en la tierra como en el cielo. O por tierra, mar y aire para ser más exactos. Que «nadean» en la abundancia y se ahogan en un vaso de agua.

En una sociedad de mercado donde todo se envuelve y nos envuelve, el plástico es la peste y el símbolo de cuanto arruina la convivencia, ensucia la casa y cierra el presente como residuo sin futuro que se echa a la basura. Nada que se parezca a la cesta de mimbre, la cesta de la compra que se llevaba antes vacía al mercado y volvía a casa con lo que hacía falta. Ni más ni menos. Y así todos los días. ¿Os acordáis? Yo sí, no puedo olvidarlo. Es como si la viera aún colgada en la cocina. H *Filósofo