Pablo Casado dejó estupefacta a la militancia de Chunta cuando hace unos días afirmó que el PSOE también se entendía con separatistas en Aragón. Como no citó a ningún partido, quizá se refería al PAR, por lo separados que están Aliaga y Beamonte. Pero lo lógico es suponer que el líder del PP, con esa visión tan distorsionada que tiene de la política periférica, aludía a Chunta, a la que mete en el saco del independentismo porque suena a extraña lengua que amenaza la pureza del castellano. Casado, no obstante, puede respirar tranquilo: a CHA no le atrae la autodeterminación, sino la supervivencia.

El regreso de Chunta a unas generales ha constatado el grave error de no haber concurrido a las dos citas anteriores. Ante su ausencia (junio de 2016 y abril de 2019), los partidos de izquierda tomaron parte de su discurso y de sus ideas. Ocuparon su espacio. Cuando ha vuelto, a la izquierda le ha molestado porque ya daban por conquistado ese terreno aragonesista que, sin ser precisamente un lujo (Aragón es una tierra muy complicada para lo aragonés), al menos mantiene su público y sus miles de votos. El problema es que CHA ha elegido como compañero de viaje a un partido, Más País, que despierta pocas simpatías en el espectro de izquierdas aragonés. Sobre todo, en buena parte de las corrientes chunteras, que no han visto nada claro si Errejón era un apoyo o un lastre para Carmelo Asensio.

La CHA, que nadie lo olvide, puede presentarse cuando quiera o como quiera. Pronto cumplirá 35 años de historia. En ese tiempo ha comprobado que el llamado voto útil es una de las mayores memeces de la democracia. Pero si pensara más en sus electores fieles y se olvidara de experimentos, tal vez volvería a ser tan útil como hace quince años.