Como andaluz que soy, aunque llevo viviendo en Aragón más años de los que pasé en mi Andalucía del alma, me siento muy orgulloso de que los resultados de las últimas elecciones hayan servido para poner a esa castigada región en las portadas de todos los diarios. Por primera vez, Andalucía ha dejado de ser el referente de la corrupción política para transformarse en el crisol donde los politólogos se basan para predecir lo que puede suceder en este nuevo año a nivel local, regional, nacional y europeo. Es obvio que me sentiría más feliz si ese interés periodístico se debiera a un significativo descenso de su endémico desempleo.

Los resultados de estas últimas elecciones al parlamento andaluz me han producido una sensación contradictoria. Por una parte, me siento muy satisfecho de que mis paisanos hayan decidido que el partido que ha gobernado Andalucía durante casi cuarenta años pase a la oposición, no solo porque se lo tiene bien merecido como consecuencia de los graves casos de corrupción en que están inmersos sus principales dirigentes, sino también porque no es bueno para la salud democrática que un mismo partido gobierne tantos años de forma ininterrumpida. Por otra parte, me siento muy triste al comprobar el compadreo y el sectarismo cainita que han generado esos resultados.

Supongo que todos ustedes se acordarán de que los dirigentes del Partido Popular, cuando perdieron una buena parte de los gobiernos regionales y de los ayuntamientos, a pesar de haber sido el partido más votado, pregonaban a voz en grito que lo verdaderamente democrático era permitir que gobernara el partido más votado. Sin embargo, ahora se han olvidado de esa exigencia y pretenden gobernar Andalucía justamente cuando más pérdida de votos han tenido. Es evidente que si los dirigentes actuales de ese partido tuvieran un mínimo de coherencia apoyarían al Partido Socialista para que gobernara, ya que ha sido el más votado. Solo tenían que haber garantizado a la señora Díaz que se abstendrían y asunto concluido. Ese era el único modo de ser coherentes con lo que habían defendido cuando los socialistas se coaligaron con los podemitas para arrebatar al Partido Popular la mayoría de los gobiernos regionales y de los principales ayuntamientos.

El señor Ribera y sus correligionarios de Ciudadanos, cuando ganaron las elecciones al parlamento catalán, también propugnaban que debía gobernar el partido más votado, aunque hay que reconocer que se esforzaron bien poco para que la señora Arrimadas fuera investida presidenta de Cataluña. Pero donde queda más clara la intrínseca incongruencia de ese partido es en Andalucía. Hace algo más de tres años firmaron un acuerdo con la señora Díaz para que pudiera gobernar esa región el partido socialista y ahora han tomado la decisión de no permitir que gobierne ese partido, a pesar de haber sido el más votado. Y para más inri, dicen que quieren gobernar Andalucía en coalición con el Partido Popular, aparentando que no están negociando con Vox por ser un partido de extrema derecha. Aun suponiendo que fuera cierto que solo quieren repartirse el gobierno andaluz con los populares, no dejaría de ser otra de las muchas incongruencias de los dirigentes de Ciudadanos, ya que hace siete meses le negaron el pan y la sal al señor Rajoy, propiciando indirectamente que tomara el poder el señor Sánchez, y ahora no tienen inconveniente alguno en repartirse la tarta con el mismo partido que entonces repudiaron. ¿Es que durante los últimos meses la ideología de los nuevos dirigentes populares se ha aproximado a los postulados centristas defendidos por Ciudadanos? Es evidente que ha ocurrido todo lo contrario, tal y como lo demuestra la aproximación del discurso del señor Casado al del presidente de Vox. Sin embargo, a los gerifaltes andaluces de Ciudadanos eso les importa un bledo con tal de conquistar una buena parte del poder institucional de Andalucía.

El hecho de que la señora Díaz esté dolida, o incluso muy cabreada, tiene una cierta lógica, no solo porque va a ser desalojada del gobierno andaluz aun habiendo ganado las elecciones, sino también por ser la víctima de las alianzas de su jefe con los independentistas catalanes. Lo que me parece poco o nada justificable es que los dirigentes de Podemos hayan intentado paliar la gran pérdida de votos que han tenido pidiendo a la gente que se movilice en las calles por la entrada de Vox en el parlamento andaluz, en lugar de analizar a fondo los motivos de esa sangría. A pesar del profundo desacuerdo entre la ideología socialista y comunista con la de un partido de extrema derecha, los dirigentes del PSOE y los de Podemos no deben olvidar que Vox ha entrado en el Parlamento andaluz de forma democrática, exactamente igual que ellos. Por lo tanto, resulta poco coherente tildar de fascistas a los cuatrocientos mil andaluces que han votado a ese partido.

Por desgracia, en España la ley electoral no prescribe, como en otros países democráticos, que cuando ningún partido obtiene la mayoría absoluta haya una segunda vuelta, a la que solo puedan presentarse los dos partidos más votados. Esta es la única manera de que sea el pueblo quien acepte o rechace los cambalaches acordados por los políticos y no como ahora que son los dirigentes quienes manipulan el voto popular en favor de sus intereses, tal y como lo evidencia el triste espectáculo que está ocurriendo en Andalucía.

*Catedrático jubilado. Universidad de Zaragoza