En estos tiempos tan inciertos cualquier protesta callejera genera una notable inquietud. Es lo que ha sucedido en Francia en estas últimas semanas y ha puesto en guardia y nerviosa a la clase política de varios países europeos. Una cuestión a tener en cuenta es la de que esta movilización ha sido muy minoritaria pero ruidosa. A una llamada en las redes sociales han acudido de forma espontánea, individualista y desorganizada un conjunto de individuos muy dispuestos y motivados. El contexto social de estas protestas es el de una desestructuración y una crisis de los partidos tradicionales, sustituidos por populistas (Le Pen y Melenchon) o por el propio partido gobernante de Macron que sale de la nada. En cuanto al contexto económico, Francia es un país rico con unas políticas redistribuidoras que lo hacen de los más igualitarios del mundo, a pesar de las últimas medidas fiscales en favor de los más ricos del presente Gobierno. Sin embargo, parece que está en un estado de permanente enfado social, a tenor de los frecuentes conflictos sociales, laborales y estallidos violentos en las grandes ciudades.

EL RESULTADO es que una movilización minoritaria ha gozado de una amplísima simpatía social lo cual ha generado inquietud en Francia y en otros países, y apoyos muy sospechosos. El último el M5 italiano. ¿Pasaremos de chalecos amarillos a camisas pardas?

Una primera explicación de estas protestas ha sido la de que hay sectores sociales que no tienen voz. Se les ha calificado como los invisibles. Así, hartos de ser ignorados, han explotado (Francia rural), desprecian y no aceptan ninguna forma de representación ni que alguien medie por ellos. Y en relación a esto, los partidos nuevos, populistas de derechas e «izquierdas», ¿no los representan?

UNA SEGUNDA explicación se busca en las consecuencias de la globalización que ha generado perdedores y ganadores. Los ganadores son aquellos que se han beneficiado en forma de mejores empleos e ingresos. Los perdedores son aquellos sectores sociales que asociamos con la precariedad laboral, caída de rentas y exclusión social. Un escenario así viene a reflejar un proceso de crecimiento de la desigualdad que exige su reconducción con políticas redistribuidoras. Primero por una cuestión de equidad, si se cree en ello, y segundo para evitar procesos de exclusión y de posible conflictividad social. La teoría sobre la existencia de ganadores y perdedores tiene cierta potencia explicativa y fundamenta políticas de reparación de situaciones sociales difíciles. Da una cierta esperanza de salida y solución a determinados problemas y justifica opciones ideológicas progresistas, que creen en el libre comercio, en la inevitabilidad de la globalización y en sus ventajas pero que al mismo tiempo creen necesario determinados contrapesos que eviten o compensen las desventajas. Esta perspectiva es fundamentalmente economicista. Se sitúa en términos de crecimiento económico, un proceso que se simplifica como que el mundo se desplaza hacia el Este. Países que empezaron como meros manufactureros han pasado a ser productores de nuevas tecnologías y conocimiento. Se trata de un proceso de pérdida de influencia económica y cultural de los países más desarrollados. Sin embargo, creo que esta visión de ganadores y perdedores no refleja la amplitud y profundidad de los cambios técnicos, sociales, económicos y políticos que estamos presenciando, no solo en este ombligo occidental.

Sirva un ejemplo cercano para interpretarlo. Los que tengan cierta edad podrán comparar dónde estaba Francia hace 50 años en relación a España, cómo vivían los franceses y cómo los españoles, las diferencias de renta y de nivel de vida. En aquellos tiempos un francés de clase media era como un rico español. Nosotros prácticamente los hemos alcanzado en renta y en nivel de vida. Hemos modernizado y mejorado nuestro sistema económico, social y político de forma que ahora nos parecemos bastante a ellos. Los franceses ya no tienen esas ventajas competitivas que les permitía «comprar» su bienestar a precios muy bajos a países menos desarrollados.

ASISTIMOS a un proceso de profundas transformaciones sociales, económicas y políticas cuyo fin ni siquiera vislumbramos. ¿Qué exige esta situación? Primero tratar de interpretarla y luego explicarla a los ciudadanos. El problema es que la sociedad sólo quiere oír cosas bonitas, halagos a los oídos. De esta forma la política se convierte en una subasta de regalos: todos compiten para ver quién da más, por supuesto gratis, para conseguir el favor de los votantes. Y aquí se cierra el círculo: el cinismo de algunos sectores sociales les llevará a no votar a quien les diga la verdad si esta no gusta. Y la verdad, en mi opinión, es que los cambios socioeconómicos y políticos que estamos experimentando transforman la estructura social tradicional en multitud de dimensiones. Diagnosticar este futuro y explicarlo a la ciudadanía es necesario para afrontarlo con el menor coste posible y con el mayor aprovechamiento. Al mismo tiempo, este proceso exige estimular a la ciudadanía a ser proactivos, no pasivos. A diferencia de otras épocas de la historia, las sociedades occidentales tienen recursos suficientes para afrontar este reto sin dejar abandonados a su suerte a amplios sectores sociales. Para ello los partidos deben ser honestos y valientes pero la ciudadanía también, y ponerse en situación.

*Profesor de Economía Aplicada en la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo.Universidad de Zaragoza.