Mira qué flores tan bonitas; ¿ves? ¡Y también hay arándanos! No llores, que aún no hemos andado cuatro pasos; anda, calla y pórtate bien, que ya eres mayor. ¡Si no nos falta nada; volvemos en un plis-plas! A tu hermanito lo llevo sobre los hombros porque es chiquitín. Bueno, deja ya de berrear, que te estás poniendo insoportable. Vale, ya nos damos la vuelta, ya nos hemos quedado otra vez sin excursión; ¡pues olvídate de la play, del móvil y de los videojuegos: te vas a quedar todo el día castigado en tu cuarto! ¡Pero qué monserga, esto no hay quien lo aguante! Bueno, vale; coge un poco la play. ¡A ver si así nos puedes dejar un rato tranquilos!

¿Patatitas fritas? No, hijo, no: prueba uno de estos chipirones en su tinta, que están riquísimos. Las patatitas tienen mucha grasa y engordan, ¿es que te quieres poner como una foca? Mira: hacemos un trato: primero, te comes un chipironcito, solo uno, y luego te compro un paquete de patatas fritas, ¿eh? Anda, pruébalos, sé bueno; verás cómo te gustan. ¡Qué no, que te he dicho que no; nada de patatas fritas: si no hay chipirones, tampoco habrá patatas! Pero hay que ver que tozudo eres, a quién habrá salido este niño. No, no mires a los abuelos. Bueno, vale; vamos a acabar con esto de una vez por todas, a ver si así tenemos la fiesta en paz. Por favor, ¿nos trae un paquete de patatas fritas para el peque? Pequeñas anécdotas y escenas cotidianas de verano de las que, seguro, habremos observado un amplio catálogo con idéntica conclusión: indefectiblemente, claudica la firmeza paterna ante el capricho infantil. Cada día es mayor el número de padres que delegan sus más esenciales funciones educadoras en los profesores ¿Qué futuro nos espera así? Escritora