Que el lenguaje nos delata, es obvio. Y eso le ha pasado a Sánchez al referirse a Guaidó como líder de la oposición de Venezuela, y no tratarle de presidente encargado, un reconocimiento que ya hizo manifiesto hace algo más de dos años en una declaración institucional. La respuesta de los populares no se hizo esperar. Ahí estaba Álvarez de Toledo exigiendo una «rectificación pública» y acusando al Ejecutivo de «asumir el lenguaje del chavismo, de Podemos y de Zapatero». Y es que no perdonan que Sánchez no recibiera a Guaidó en su reciente visita a España, ni tampoco que el Gobierno de España diera amparo a la «torturadora» Deley Rodríguez, a pesar de que tiene «prohibida la entrada en la UE y en gran parte del mundo libre».

Sin duda, tiene razón la portavoz popular al aseverar que «ese lenguaje es el reflejo de la política», pero también cuando dice que podría entenderse como «un acto de coherencia». Quizás es un poco ridículo montar semejante barullito en el Pleno de la Cámara Baja, pero muy útil para poner sobre la mesa una cuestión de interés, el giro de la política exterior española hacia Venezuela. Un cambio de estrategia paulatino que no ha tenido tanto que ver con la evolución de la situación política en Venezuela sino con la experimentada en el último año en España: el matrimonio PSOE-Podemos, la conciencia de que es necesaria una negociación con el régimen de Maduro porque hay que salvaguardar los intereses de los ciudadanos y empresarios españoles que viven en Venezuela, pero muy especialmente, porque en la cabeza de Sánchez, el líder de la oposición venezolana cada vez tiene menos poder, y por tanto, no interesa llevar esa chaqueta, sino la de Maduro.

*Periodista y profesora de universidad