No me extrañaría nada que si Descartes levantara su ordenada cabeza cambiase su famosísima frase Cogito, ergo sum (ya saben, Pienso, luego existo) por otra algo más adecuada a estos tiempos: «Chateo, luego existo». Casi estoy segura de que ustedes al leerlo han entendido instintivamente que me refería a la segunda acepción que la RAE asigna al verbo chatear. No a la primera y castiza, esto es, tomar chatos de vino, algo en desuso y destronada por la pujante y recién llegada segunda acepción: mantener conversaciones por chats, es decir, por medio de las redes sociales. De hecho, no creo que ninguno de nuestros jóvenes conozca la originaria definición de chatear: irse de chatos, esos vasos bajos de vino que antes había en las tascas y tabernas y que cada vez más se ven sustituidos por las copas, más distinguidas y aptas para el disfrute de los caldos, según los entendidos del vino, a menudo sibaritas de finos gustos. Veo que me pierdo entre las ramas, vuelvo al comienzo. Sí: «chateo, luego existo». Esa acción se ha convertido en una de las más frecuentes entre buena parte de la población, pero cuando la parte de la población a las que nos referimos es la comprendida en la difícil y extensa franja de la adolescencia, ese verbo comprende una de sus actividades más queridas, si no la favorita. La Comisión de Educación de las Cortes de Aragón aprobó por unanimidad el pasado martes día 11 crear un foro en el que analizar y debatir sobre el uso de los móviles por parte de los escolares. Pero es que unos días atrás había sido la ministra de Educación, Isabel Celaá, quien también se había expresado en parecidos términos. No solo importante, es ya urgente que se trate la cuestión en nuestro país. Como en tantas otras ocasiones se toma el francés como ejemplo: allí está ya prohibido el empleo de móviles en los centros escolares a menores de 15 años. Por mi parte, aplaudo la moción. Como docente vengo observando hace tiempo que ya no el uso sino el abuso reiterado de los móviles y otros dispositivos similares está afectando de diversos modos a nuestros estudiantes. No es únicamente que les merme horas de estudio, que por supuesto, es que se han convertido en el principal modo de relacionarse y ventana privilegiada de acceso al mundo. Pensemos en los problemas ortográficos, incuestionables, sobre los que les puedo poner algún ejemplo: alumnos que en algún momento sustituyen las palabras por los símbolos correspondientes habitualmente empleados en sus chats, reemplazo que, he de confesar, además del consiguiente disgusto y preocupación me produce cierta vergüenza ante la constatación de que es un problema que, a mi juicio, les perjudica y estamos tardando en afrontar. Pero más allá de ello, nos topamos con los problemas de comprensión lectora. No, por supuesto que no es un «delito» emplear los móviles, al contrario, es una gran herramienta que la técnica pone a nuestro servicio, pero sí es nocivo abusar de su empleo. La gran cantidad de tiempo que adolescentes, e incluso algunos niños, les dedican va en detrimento de lecturas absolutamente imprescindibles para su formación ya que solo a través de ellas es posible acceder a pensamientos complejos y abstractos bastante alejados de la mayoría de los mensajes intercambiados al chatear. Ese déficit de lecturas, esa falta de entrenamiento no solo supone carencias de contenidos y conocimientos también complica sus estudios superiores al enfrentarse a manuales, libros y trabajos de considerable extensión que requieren de gran concentración. Su miedo a los libros se hace patente y, al oírles por los pasillos, mi miedo no es menor.

* Profesora de la Facultad de Derecho UZ