Una vez, en Santiago de Chile, fui al Cementerio General, empeñado en visitar la tumba de Allende y honrar la memoria de aquel socialista que llevó momentáneamente la esperanza al pueblo. Lo conseguí aunque no sin dar muchas vueltas porque no era tarea fácil. Perseguí también su memoria en las conversaciones con los chilenos, en los medios de comunicación, en las librerías, en las bibliotecas universitarias. Mi impresión final fue que habían pasado página y no querían recordar demasiado la etapa de la Unidad Popular que realmente fue efímera, del 69 al 73. Eso sí, una estatua de Allende se alza orgullosa detrás del Palacio de La Moneda, donde murió el día del golpe del traidor Pinochet, una estatua con la que, observé, mucha gente se hacía fotos. Yo también. Me hubiera gustado visitar la tumba de Víctor Jara, pero no hay indicaciones que señalen el camino ni nadie me supo dar explicaciones. Los jóvenes se extrañaban de mi interés.

Sin embargo, a la vista de los últimos acontecimientos mi impresión se ha mostrado equivocada. Los chilenos han salido a la calle, los jóvenes estudiantes primero, han despertado hartos de que les roben el país, de que les roben sus vidas. Les robaron la educación, la sanidad, las pensiones, las escuelas y las universidades públicas. Las clases poderosas les robaron todo y el pueblo perdió el miedo que era de lo poco que le quedaba. Y el nombre de Allende se volvió a gritar en la plaza de Italia, y los homenajes a Víctor Jara se multiplican y se oyen sus canciones, como aquella que habla del derecho de vivir en paz. Los neoliberales declararon la guerra y otra vez, han sacado a los milicos a la calle con sus fusiles contra su pueblo. Chile en el corazón. Otra vez.

*Profesor de la Universidad de Zaragoza