China vive en un proceso acelerado de transición económica y política. Bajo la dirección del pragmático Hu Jintao, representante de la cuarta generación comunista, la Asamblea Nacional Popular establece la protección oficial de la propiedad privada y la inclusión de los empresarios en la clase dirigente. Se liquidan los últimos vestigios del marxismo-maoísmo y se apuesta por un capitalismo sin mas límites que un estrecho control político. Con ello se da más aire a la prosperidad económica del país --el PIB chino creció más de un 9% en el 2003, ya con reglas pseudocapitalistas-- y se espera garantizar la calma social en esa potencia que va a alterar los actuales equilibrios comerciales mundiales. Entre las reformas constitucionales destaca la que declara que el Estado protege los derechos del pueblo para atenuar las tensiones internas y realzar la posición internacional de un país que prepara los JJOO. La transición china tiene el mérito de desarrollarse sin turbulencias desde la matanza de Tiananmen, en 1989. Pero está por ver si el desarrollo económico no hará crujir su sistema político, nada moderno y en manos de una oligarquía excomunista que se aferra al poder y retrasa el advenimiento de las libertades públicas.