Cada día que pasa queda más claro que el Donald Trump de las elecciones y el presidente son idénticos. Y lo que parecían estrategias electorales no lo eran. Entre los radicales cambios de Trump destaca su negativa visión del proyecto europeo, según la cual la potencia exportadora de la Unión Europea es una amenaza para Estados Unidos. Por ello, y tras más de 70 años de atlantismo, Europa parece haber dejado de ser aliada preferente; e incluso, y atendiendo a algunas declaraciones suyas y de su entorno, ha pasado a ser un rival con el que no hay que tener contemplaciones. Su oposición al euro, sus críticas a Alemania o a la propia UE, y su reafirmación de la especial relación con Gran Bretaña, auguran tiempos difíciles.

Hasta la crisis del 2007, los problemas que surgían en Europa se gestionaban de forma peculiar. Cuando las crisis estallaban, es decir, cuando los conflictos entre países se hacían insostenibles, la norma era la de reuniones hasta la madrugada hasta conseguir un acuerdo. Eran tiempos en los que se postulaba que la UE, para avanzar en el proyecto común, necesitaba crisis que permitieran superar los estrechos intereses nacionales que impedían su avance. Este procedimiento, válido en los años 80, los 90 y los primeros 2000, y del que Jacques Delors fue firme partidario, postulaba que no había nada como una buena crisis para impulsar el proceso europeo. Y, por tanto, si se tomaban decisiones complejas que podían generar problemas futuros, ya se abordarían en su momento. Lo relevante era avanzar. Avanzar era construir.

Pero esta gobernanza tenía dos problemas. El primero, que los asuntos decididos con cierta alegría han acabado resultando nefastos para el proyecto. Avanzar podía ser destruir. Así, nos lanzamos a la piscina del euro y estaba vacía; y ahí está todo el sur recomponiéndose de las heridas sufridas. Nos lanzamos a la unión económica sin unión fiscal ni bancaria; y, a toda prisa y empujados por el vendaval que amenazaba el euro, en el 2013 se tuvo que construir una unión bancaria que, una vez ha pasado lo peor, ha reducido claramente su avance. Nos lanzamos a liquidar las fronteras con Schengen sin crear las condiciones para gestionar crisis potenciales; y ahí tienen a la UE rompiéndose en pedazos, desgarrada por distintas posiciones sobre los refugiados.

El segundo problema de aquel sistema de resolución de conflictos entre las naciones europeas provenía de un marco de referencia muy particular: el del apoyo a la integración de la UE por parte de EEUU y el soporte militar de la OTAN. Ello, ciertamente, permitía progresar sin preocuparse de futuras complicaciones: la red de seguridad norteamericana siempre estaría ahí.

Este esquema de funcionamiento entró en bancarrota a partir de la crisis. Internamente, por la magnitud de la incompetencia de los gobiernos europeos y sus decisiones, y los nefastos resultados generados. Y externamente, porque el cambio de Trump nos ha dejado desnudos. Crisis del euro, de refugiados, auge del populismo y tendencias centrífugas reflejan el estado enfermizo de la UE de hoy. Pero lo más problemático es el colapso del sistema de resolución de esos problemas.

El choque tectónico con Gran Bretaña y, en especial, con EEUU, obliga a un nuevo enfoque, porque cambios radicales exigen adaptaciones radicales. La biología puede servirnos de ejemplo. Peter Ward y Joe Kirschvink, en su A new history of life (2015), afirman que la explosión cámbrica (la súbita aparición de organismos complejos hace 540 millones de años) fue resultado de un rápido cambio de posición de los continentes, que tendieron a congregarse en el ecuador. Esta deriva modificó las condiciones de desarrollo de la vida y permitió el florecimiento de nuevas especies, de las que somos herederos.

Hoy, aquí, en Europa, también se ha producido un choque de placas que ha alterado el ecosistema en el que la UE ha funcionado desde sus orígenes. Y se trata de una alteración definitiva: sea cual sea el resultado final de la política americana, ningún Gobierno olvidará que EEUU ha roto unilateralmente el consenso atlantista. Hasta hoy, la falta de previsión de los líderes europeos se ha traducido en una creciente marea populista y una UE que ha ido lentamente disgregándose. Ojalá la colisión de las placas tectónicas del Atlántico norte obligue a repensar el proyecto y poner en valor los aspectos que nos unen. Quizá de esta gran crisis interna, y ahora también exterior, podamos avanzar y construir algo nuevo. Y con ello dar un salto de escala hacia la unión política.

*Catedrático de Economía Aplicada