Como todos los días, a las seis de la mañana acudes al quiosco del barrio para comprar la prensa. David en su esquina o Antonio un poco más abajo. Con el producto de la canallesca bajo el brazo te encaminas al Peña Oroel, chinchoncito matinal. Ayer no pude cumplir con el ritual, porque el señor Miguel estaba en la puerta haciendo guardia, "me han entrado los chorizos y mira qué chandrío". También lo han intentado en la pastelería de Nieves, y en dos bares del entorno. En fechas anteriores otros establecimientos del sufrido y abandonado barrio de Torrero-La Paz han pasado por tan desagradables experiencias similares. El dueño del Peña lleva casi toda la noche de guardia; los de las huellas digitales, ya son las ocho y media, todavía no han llegado. Una mañana sin trabajar, además de los destrozos habituales y la mala leche que se va creando. La clientela pía y no para: "¿dónde está la Policía? Seguro que en Madrid, bien para custodiar la boda real, bien para hacer de escoltas de relevantes personalidades que sienten la amenaza bajo sus talones". Otros, los sociólogos de la cotidianeidad de un barrio, "ya sabes, como aquí no pintamos nada, pues eso, la ley de la selva, los chorizos campando a sus anchas". Y mucho más en idéntico sentido, que podría ampliarse al resto de barrios. Uno se pregunta qué hace la Delegación del Gobierno, entre cuyas escasas competencias figuran las relacionadas con la Seguridad pública y el mando de las fuerzas y cuerpos. Está aumentando el choriceo y alguien deberá responsabilizarse y dar explicaciones.

*Profesor de Universidad