Dos anécdotas, que seguramente ya conocen, recogidas en la prensa esas últimas semanas son ilustrativas de la percepción que tiene la ciudadanía española de lo que paga y recibe del sector público. En la primera, una ciudadana solicitaba a la Seguridad Social, después de una estancia en el hospital, que le remitiese la factura de «todo lo que había recibido y no había pagado». En la segunda, un médico de Badajoz relataba la actitud de un paciente que es tratado en una situación de vida o muerte y que una semana más tarde sale del hospital por su propio pie. El médico describía el costo del servicio que atendió a ese paciente de forma detallada: llegada en helicóptero, varios especialistas en quirófano, UVI, medios técnicos, seguimiento y atenciones… una millonada. Lo sorprendente es que ese paciente cuando sale del hospital manifiesta que con todos los impuestos que se pagan y había tenido que ¡compartir habitación!

Me temo que en nuestro país hay más gente que se encuentra más cerca del segundo caso que del primero en muchos aspectos en su relación a lo «público». Hay una creencia bastante generalizada de que lo público es gratis y de que debe de ser gratis, y en abundancia, porque, lo diré una vez más, los recursos públicos parece que vienen del cielo. Nos falta una elemental cultura financiera de lo que recibimos y de cómo contribuimos.

Ocultar el coste de los bienes y servicios públicos y prometer el paraíso es juntar el hambre con las ganas de comer: la ciudadanía sólo quiere oír lo que halaga a sus oídos y los gestores públicos no les van a aguar la fiesta. Ni se la van a aguar ellos mismos. Si anuncian regalos pero avisan de que hay que pagarlos entonces no les votan.

Y así, entre postureo, anécdotas, astracanadas dialécticas, palabras huecas y pocas, muy pocas, ideas, va pasando el tiempo y los problemas se acumulan. Es el caso de la deuda pública en España que alcanza en torno al 100% del PIB, y que ha aumentado incluso en estos años de crecimiento económico. Se trata de un asunto que ni siquiera el Centro de Investigaciones Sociológicas lo recoge en esa larga lista de problemas más importantes que pregunta a los ciudadanos en sus barómetros. No debe de ser un asunto importante para los españoles.

Deberíamos reflexionar que con lo «público» estamos en una permanente relación económica. Si antes de salir de casa por la mañana nos tomamos un simple vaso de leche debemos recordar, si no lo sabemos, que el precio que hemos pagado está subvencionado por la política agraria europea de forma que lo que nos cuesta en el supermercado es menos de lo que cuesta producirla; que si encendemos la luz, estamos pagando unos impuestos; si salimos la calle y nos encontramos las calles limpias o las basuras recogidas, ha habido una administración que ha hecho esos trabajo y los ha sufragado; que si compramos un bien, el que sea, estamos pagando seguramente un 21% de IVA. La ciudadanía está en una relación económica continua con lo público, recibiendo y, por supuesto, pagando. Incluso mientras dormimos, recibimos y pagamos.

La deuda pública española actual significa que, como sociedad, estamos recibiendo más de lo que pagamos. Sin asumir el papel apocalíptico a lo Niño-Becerra, ese economista que se prodigaba en los medios anunciando todos los días y a cada segundo, catástrofes financieras, les puedo adelantar y asegurar, como economista también, que en algún momento esa deuda la tendremos que pagar. ¿Cuándo? No se sabe. ¿Quién o quienes lo pagarán? ¿Los que vienen detrás? Pues no me parece justo.

La conclusión es clara: si no se atienden estos problemas en ese cielo azul y luminoso pueden aparecer nubarrones que descarguen sin piedad duras pedregadas. Y como siempre, los negros nubarrones se cebarán sobre los más desprotegidos. Pongamos medios para seguir con ese cielo protector. H *Universidad de Zaragoza