El lío de la política nacional, por llamarlo de alguna manera, no responde a lo que muchos españoles esperamos. Que el país camine con normalidad, que vayan por buen cauce nuestros anhelos o esperanzas, e incluso -si me permiten- que los políticos nos molesten lo menos posible. O nada. Al menos esa es la teoría que debería de prevalecer en cualquier gobernante. Más allá de ideologías o ambiciones desmedidas, lo importante es la búsqueda de una sociedad próspera con todas las garantías sociales.

Dicen que las mejores democracias son aquellas en las que los políticos se exceden en pulcritud y su trabajo apenas es percibido en el día a día de la sociedad. Algo que no sucede en la política nacional. La ecuación de estos días resulta irresoluble.

Cuando la incapacidad de llegar a acuerdos es la tónica habitual, lo demás es secundario. E incluso puede parecer que las principales preocupaciones de los habitantes de una nación son relegadas para anteponer egos, ambiciones o ideologías. Leía con orgullo estos días varias noticias. En primer lugar, la novedosa técnica caballo de troya, ideada en la Universidad de Zaragoza, para combatir el cáncer desde el interior de las propias células tumorales sin dañar al resto de tejidos sanos. O la aplicación del Hospital Clínico de una técnica para pacientes con cáncer peritoneal.

Esto es lo verdaderamente importante. El prestigio de nuestros científicos que luchan (y perviven) en la búsqueda de nuevos descubrimientos que hacen que nuestra sociedad -nosotros- tengamos más oportunidades en nuestra vida. Y por desgracia, la ciencia no tiene cabida con toda la fuerza que debería en la agenda de nuestros políticos. Resulta habitual que la ciencia no ocupe ni dos minutos en el discurso de nuestros dirigentes. Sin embargo, el motor de un país -o uno de ellos- es la ciencia. Sin investigación científica no hay futuro. Tan sólo dos datos: Alemania durante la crisis aumentó su inversión en ciencia un 37% y España lo disminuyó un 12%.

Las dos noticias recientes, de decenas que se publican de nuestros investigadores aragoneses, debería hacernos recapacitar a que aspiramos como sociedad. O si es la prioridad política de nuestros líderes. Los científicos reclaman que la ciencia sea uno de los símbolos del país.

Porque no hay inversión más rentable que la que se hace en ciencia. La relación entre desarrollo e inversión en educación y ciencia puede catapultar a este país a donde quiera. Los profesionales lo saben, pero reclaman en el desierto de la carrera de San Jerónimo.