Hace cinco años, Baltasar Garzón envió a la cárcel a los cabecillas de la trama Gürtel, Francisco Correa y Pablo Crespo. A pesar de que la complejidad del caso que intenta desentrañar una espesa trama de corrupción, en la que el PP tiene un papel central, requiere una larga instrucción, se debería ya ver la luz al final del túnel. Es cierto que el juez Pablo Ruz ha logrado mantener abierta la investigación, a pesar de las trabas por las que ha pasado el caso. A la ciudadanía española, tan preocupada con la corrupción, le puede resultar chocante que en los cinco años del caso Gürtel solo se haya dictado una condena: la inhabilitación del primer juez instructor, Garzón. La lentitud judicial pesa en este proceso. Al margen de los 103 imputados y de los 18 políticos del PP que han tenido que dimitir, quedan muchas preguntas por responder. Y, según Garzón, se han escapado oportunidades, como la de haber entrado en la sede del PP en el 2009, que tal vez hubieran aportado respuestas. El caso Bárcenas solo ha aumentado la desconfianza ciudadana hacia los políticos a las puertas de otro ciclo electoral. Mal escenario.