El balance del cine español en el 2003, según la academia que agrupa a los profesionales, ofrece varios contrastes. El año pasado, por ejemplo, las salas de cine perdieron 10 millones de espectadores respecto del 2002, pero las películas españolas aumentaron su cuota de pantalla en un significativo 16%, pese a que no estrenasen nuestros directores con más gancho, como Almodóvar y Amenábar. También creció el número de filmes españoles rodados, pese al entorno desfavorable de las cadenas de televisión, que estuvieron poco interesadas en coproducir porque aún siguen volcadas en buscar los ingresos fáciles que proporcionan los programas basura.

Se temían datos peores, pero no hay que bajar la guardia. Por un lado, los cineastas españoles parecen haber roto para siempre el maleficio de que sus obras fuesen consideradas frecuentemente como meras españoladas sin calidad. Por otra parte, los espectadores españoles también reflejan cierto hastío por el exceso de superproducciones efectistas, pero no siempre buenas, de Estados Unidos. Eso revaloriza al cine nacional. Pero hay que seguir mejorando, y mucho, en calidad e ingeniosidad si se quiere evitar que la gente continúe dejando de acudir a las salas.