Realmente no sabemos encontrar el término medio. Que es, como es sabido, donde está la virtud. Hubo un tiempo malhadado, el del nacionalcatolicismo, en el que la religión se metía a machamartillo, quieras que no. Misa diaria en el cole, clases de religión bien obligatoria, censura eclesiástica en libros y películas, uno, dos, tres, tres erre y cuatro, gravemente peligrosa, negras sotanas de curas que velaban el casto beso castellano de Charlton Heston y Sofía Loren en las proyecciones de los domingos tarde, desfiles de cruzados por las calles...

Luego, la Iglesia comprendió evangélicamente que no se podía obligar a la gente a ser católica sin su consentimiento. "Tarancón al paredón", por rojo, y fin del "Santiago y cierra España". La Conferencia Episcopal pidió perdón públicamente a la sociedad española por haberse alineado con el franquismo durante la guerra civil. El Papa de Roma también se humilló e imploró perdón por las atrocidades del tribunal de la Inquisición. Recordó a Galileo y a Giordano Bruno. No se puede decir en absoluto, así, que el clero en pleno adopte estas posturas reaccionarias.

Hay, como en todas partes, de todo. Item más, muchos de sus miembros trabajan en todo el mundo por las causas de los más humillados. Ellos mismos sufren persecución por buscar la justicia. La Teología de la Liberación, notablemente más extendida de lo que se percibe al mirar al conjunto fijando los ojos en la fosilizada cúpula curial, selló hace décadas la convergencia actual entre la concepción cristiana y marxista de la vida.

LOS PRIMEROS cristianos eran unos auténticos "parias de la tierra" que subvertían el orden establecido por los opulentos patricios. Pasó después que Constantino y Teodosio --"grandes" ellos, sobre todo para la Iglesia, que era al fin y al cabo, la que escribía la Historia por entonces-- llevaron al cristianismo hacia una dinámica de poder y riqueza que culminaría en los fastos del Cinquecento y Secento.

La Cátedra de San Pedro en el Vaticano, toda una desmesura ciclópea en lujuriante mármol, nos visualiza lo que llegó a ser la Iglesia. Un supermercado de bulas e indulgencias cuyo comercio y abuso provocó la reacción de los Lutero, Calvino, y compañía. Pero como quiera que la engreída corte romana no escarmentó, aún fue preciso que el "rosso" Garibaldi atravesara la romana Porta Pía y levantase al Papa-Rey de su trono temporal.

Cierto que desde entonces, el obispo de Roma y sus adláteres se han visto obligados por las circunstancias a portarse bien, pero no es menos cierto que, con todas las sombras que se quiera, el balance de justicia y solidaridad de curas y monjas está fuera de toda duda en la actualidad.

Oficial y coloquialmente el clero ha apoyado cuestiones como que los inmigrantes viniesen a tope --como el PSOE de hace unos meses-- o el "no a la guerra", y en esas movidas han ido codo con codo de los actuales gobernantes. Hasta se puede decir que mucho votante de José Luis Rodríguez Zapatero había estado unos minutos antes en la misa dominical. Entonces, no se entiende ese enfrentamiento tan urgente y visceral, con proyectos a corto o más largo plazo, en tantos temas: divorcio-express, aborto, eutanasia, clases de religión, matrimonio de homosexuales, adopciones, células madre, recortes en la financiación de la Iglesia católica... Y todo se anuncia a la vez.

PARECE COMO si se quisiera dejar paralizado el cacumen de los mitrados, que no puedan reaccionar, tal es la avalancha de garrotazos que se les viene encima. En unos meses, que purguen todas las maldades de siglos. Es la vendetta . Pero como casi siempre en la historia, los que la pagan son los deudos, los descendientes. En este contexto, los que, justamente, son mejor gente, más tolerantes, menos dogmáticos que los anteriores, pagando de esta forma los mosenes más justos de hogaño por los más pecadores de antaño. Igualito que el capeto Luis XVI --más sensible a la injusticia-- que pagó los platos rotos por el Rey Sol y Luis XV.

Puede que algunos de estos proyectos estén justificados en una sociedad moderna, pero así, a la brava, es posible que ocasionen un atracón, provocando, a su vez, la ley del péndulo y, a la larga, que se vuelvan a sacar palios por las calles cada dos por tres. Siempre detrás de los curas, nos movemos entre el cirio y el palo. No tenemos remedio.

*Historiador y médico