Se lamentaba Albert Camus en 'La peste' que sorprendieran los buenos gestos de la ciudadanía. Decía que, dando importancia a las bellas acciones, se tributaba un homenaje indirecto y poderoso al mal. O sea, que las buenas acciones parecían escasas y que la maldad y la indiferencia era lo más corriente en los humanos. Comparto totalmente esta reflexión y la gente se comporta mayoritariamente bien y es solidaria. Creo que lo que hemos visto en este duro periodo así lo acredita. No necesitamos ningún holandés espabilado que nos señale cómo hacer un confinamiento inteligente y menos riguroso. Nuestras características afectivas, comunicativas y de estilo de vida son bastante diferentes. En fin, que no somos tan aburridos, por resumir, y hemos aceptado mayoritariamente este encierro, con resignación y solidaridad. Los incumplimientos, representan un porcentaje pequeño, en relación a la generalizada y positiva respuesta.

En las distancias cortas, la ciudadanía, mira y se preocupa y atiende los intereses de la colectividad. En las distancias largas, cuando se entrecruzan proyectos de organización de la sociedad, ideologías o creencias metafísicas y se sacan las entrañas, se ignoran los hechos o la razón, y se cuestionan las actuaciones públicas según quién las lleva a cabo, es decir, si no son de los «suyos». Ante esta posible demanda de medidas distintas, de manera sutil, y pasadas las dos primeras semanas, empezó a operar la oferta de denuncias y soluciones mágicas de esos sectores políticos irracionales e hipercríticos, la derecha incivilizada (PP, Vox e independentistas varios) que está bien asentada en nuestro país. En sucesivas ocasiones me he referido en estas páginas a que pusiéramos atención a este asunto. Sus bulos, sus medias verdades, sus acusaciones sin fundamento, eran «el pie en la puerta» al que aludí en algún momento. Constituye una práctica conocida para ganar apoyos. Generar un clima de pesimismo, mediante noticias negativas en los medios, permite echar raíces al descontento y a la desesperanza, lo cual lleva a abrazar soluciones mágicas por muy irracionales, falsas e imposibles que sean. Estas opciones son la oferta que, como un vendedor de malos productos, a base de machacar, consigue que los compradores piquen. Hay oferta y hay cierta demanda.

¿Y cómo nos defendemos de los tramposos? La democracia se defiende cada día, no se consigue una vez y ya se queda para siempre. Reclamando libertad y desconfinamiento están llegando los liberticidas: aquellos a los que la democracia y la libertad les importó y les importa un bledo y que no tendrían ningún reparo en amordazar la democracia. Lo vemos en sus palabras, sus argumentos y en sus aliados internacionales, en Polonia, Hungría, Italia, o en USA. O sea, que como ciudadanos demócratas deberíamos responder en cada ocasión y no dejar pasar ni una. ¿Y los partidos? Pues también deberían activarse y defender los valores democráticos. No se puede dejar sólo a meras declaraciones públicas, denuncias o debates parlamentarios. Podrían y deberían ser agentes activos de la sociedad y da la sensación, a mí por lo menos, de que están de vacaciones, confinados y ensimismados. Y algunos cuando se toman vacaciones, ya saben, se pueden quedar 40 años.

¿Y el gobierno, debería defenderse y defendernos? Constituye un clamor social, la necesidad de llegar a un pacto de reconstrucción por lo que se nos avecina de crisis económica y social. Sin duda, el papel institucional del Gobierno en esta crisis, su insistencia de priorizar la salud y la vida de la ciudadanía, le exigen un papel institucional, apelar a la unidad y también a morderse la lengua cada vez que sea necesario. Pero junto a las formas, deben ponerse los medios reales para hacer factible un pacto, que va a ser absolutamente necesario.

Sin embargo, resulta sorprendente que, nada menos que una reforma laboral no se negocie con los agentes sociales y económicos. Especialmente en este contexto de futura crisis económica y social. Esto es más bien estilo Aznar: soberbia y prepotencia. ¿Cómo se puede admitir desde opciones de izquierda, participativas por definición, dinamitar el dialogo, el dialogo social, algo importante en nuestra tradición y crucial en estos momentos? No acierto a ver los argumentos del Gran Estratega, el Gran Timonel.

Pero, además, si me apuran, ¿por la abstención de quienes no condenan, todavía a estas alturas, la agresión al domicilio de la candidata socialista a las elecciones vasca, se puede uno cargar el dialogo social? ¿Qué aportan? Muy preocupante. ¿nos tomamos en serio el Pacto de Reconstrucción, sí o no? ¿Queremos corresponder a los intereses, deseos y comportamientos de una ciudadanía esencialmente buena?

*Profesor de la Universidad de Zaragoza