Lo peor del terrorismo es que desata en quienes asisten a su terrible lógica actitudes y sentimientos equivalentes. Odio por odio, violencia por violencia, muerte por muerte. El terrorismo despierta lo peor de la condición humana no sólo en quien lo ejecuta sino también en muchos de quienes lo padecen o temen padecerlo. Por ello, la respuesta ofrecida en estos días por el Gobierno de Francia, tras el secuestro en Irak de los periodistas franceses Christian Chesnot y Georges Malbrunot, tiene una especial importancia.

Es la demostración de que se puede escapar de la lógica del terror incluso en los momentos de máxima tensión. Más aún: cuando se consigue salir del infernal círculo violento de acción-reacción, se abre paso una lógica social alternativa que provoca efectos contrarios a los buscados por los terroristas. En un primer e inevitablemente apresurado balance de lo vivido hasta hoy en la crisis por la prohibición del velo islámico en las escuelas públicas francesas, puede ya decirse que el secuestro de Chesnot y Malbrunot ha actuado como un bumerán contra sus secuestradores.

El debate sobre la ley que prohibe el uso ostentoso de símbolos religiosos en las escuelas públicas lleva meses protagonizando la vida política francesa. Se temía que un movimiento de desobediencia civil, por parte de los integristas religiosos y particularmente los islamistas, alterara gravemente la vida escolar con la puesta en práctica de la ley. Sin embargo, el pasado jueves la ley comenzaba a aplicarse en el inicio del nuevo curso y lo hacía en un ambiente de unidad nacional, proclamación de tolerancia y acatamiento legal inesperados tan sólo un mes antes. Lo que ha hecho que incluso las organizaciones islámicas francesas más militantemente contrarias a dicha ley reclamen hoy de la comunidad musulmana de Francia su acatamiento ha sido precisamente el secuestro de Chesnot y Malbrunot.

Con gran lucidez, la comunidad musulmana francesa ha comprendido que su legítimo derecho a discrepar de una ley no puede anteponerse al derecho a la vida y que, por consiguiente, en tanto la vida de los secuestrados esté amenazada sus reivindicaciones deben quedar relegadas a un segundo plano. La comunidad musulmana francesa ha dado un paso de gigante en la integración social en Francia con el reconocimiento de la legalidad laica del Estado y su proclamación de acudir sólo a vías legales, pacíficas y políticas para intentar modificar la ley.

Eso significa ni más ni menos que la aceptación del Estado de derecho por encima de las propias creencias religiosas, cuya práctica el propio Estado laico garantiza al remitirlas a la esfera de la privacidad de cada cual sin que puedan convertirse en medida para las conductas públicas. Exactamente lo contrario a la sociedad islamizada que sangrientamente predican los terroristas de Al Qaeda o del Ejército Islámico de Irak.

EL MARATONdiplomático emprendido por el Gobierno de Francia, que se ha dedicado a mover ministros, embajadores y contactos en todo el mundo árabe en vez de adoptar posiciones de grandilocuente pasividad a la manera de un Silvio Berlusconi, se ha unido a las gestiones de tres altos representantes de la comunidad musulmana francesa en Bagdad para lograr la liberación de los secuestrados. La acción conjunta del Estado y de aquella comunidad en cuyo nombre dicen actuar los terroristas es una respuesta civilizada al terrorismo que difiere radicalmente de la histeria homicida con que reaccionan otros gobiernos, como los de Estados Unidos e Israel.

El resultado final del secuestro sigue siendo incierto cuando escribo estas líneas, pero al menos sabemos ya que los objetivos políticos de los terroristas han fracasado estrepitosamente. Francia ha demostrado que se puede ser firme en los principios sin necesidad de ser belicista. Una lección que sería bueno no olvidar. Porque cuando las máximas autoridades del mundo consideran legítimo declarar la guerra a un país y causar miles de víctimas civiles entre su población, como inevitable precio a pagar por la consecución de nobles objetivos, están de hecho abriendo la puerta para que cualquiera, en cualquier rincón del planeta, en nombre de ideales y objetivos a su juicio también de extrema nobleza, recurra a la violencia y sacrifique las vidas de tantos inocentes como sean necesarios para el logro de unos fines que ve como legítimos.

Ese es el gran problema: abierta la puerta de la violencia colectiva no hay modo alguno de impedir que cualquiera pueda atravesarla concitando apoyos que en un contexto mundial de políticas de no violencia difícilmente lograría. La máquina de la guerra es la apoteosis de la barbarie y genera una lógica propia, gemela de la lógica terrorista, que va siempre más allá de las buenas intenciones que la pusieron en marcha.

Basta mirar el panorama mundial: el mundo es hoy infinitamente más inseguro y el terrorismo islámico infinitamente más activo que antes de la guerra de Irak.

*Escritor.