Un gran concierto repleto de esteladas para cantar un himno que aclamaba a campesinos mientras se expulsaba al castellano de tierras catalanas que frenaba el ataque francés. Es la alegoría perfecta que refleja la inestabilidad intelectual -y moral- del nacionalismo, mientras sacude a la memoria sus funestas intenciones en los últimos cien años. Y todo esto para honrar la memoria de san Esteban, el primer mártir del cristianismo.

Porque la blasfemia no es solo a la religión, ya que la única que tiene cabida es el nacionalismo catalán, sino también a la decencia de la historia, la cultura y la tradición de una tierra que cada día debe sacudirse el fascismo de la chaqueta rancia que porta. Y sí, claro que pasa.

El programa nacionalizador, que aplasta los principios democráticos del separatismo es una indecencia que no debe ser baladí. Claro que pasa. Puede que en lo hondo del Jiloca o del valle de Ansó sea una preocupación menor. Pero la deriva radical del nacionalismo no tiene vuelta atrás. El sinsentido es la piel del separatismo que nunca mutará en las virtudes democráticas.

Los ejemplos de esta misma semana son suficientes. Un niño de menos de 10 años ataviado con una bandera estelada mientras escupe odio a algo que desconoce, solo por adoctrinamiento. O un auditorio convertido en un mitin fascista que defiende una única identidad en la televisión de todos los catalanes. Esto es así de simple y a la vez tan crudo. Porque sí, claro que pasa.

Cuando al nacionalismo no le es suficiente con rebosar los límites de la decencia en los medios de comunicación o en la educación pública, aterriza en el adoctrinamiento de la infancia o el arte.

Es el claro ejemplo de la bazofia nacionalista que está impregnado el hueso de la sociedad. El nacionalismo catalán rompe todas las teorías del liberalismo democrático. Todo por la identidad única del buen catalán. El resto solo puede terminar exiliándose, primero callando su visión catalana para después caer en el olvido social.

Y en todo este cóctel endiablado se espera la comparecencia de un candidato al Gobierno de España que se conjuró contra el nacionalismo para terminar con él en pocas semanas. Pedro Sánchez, cobijado en las siglas del PSOE, es capaz de romper cualquier principio que sustente el país -como la unidad nacional- para seguir en el poder. Qué alejada está la razón de la política, tristemente.