En estos tiempos tan convulsos en la política española resulta terapéutico pensar y escribir sobre temas más refrescantes como el educativo, que me lo ha sugerido el libro Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal de Nuccio Ordine, del que ya leí otro libro anterior, otra joya, La utilidad de lo inútil. Este último me sirvió para la redacción de un artículo del mismo título, en el que señalaba que hoy se consideran inútiles todo un conjunto de saberes, como la filosofía, el arte, la música, la historia, la ciencia, porque no producen directamente beneficios; cuando son muy útiles, ya que son fines por sí mismos -precisamente por su naturaleza gratuita, alejada de todo vínculo mercantilista-, permiten desempeñar un papel clave en el cultivo del espíritu y en el desarrollo de la humanidad. En definitiva, todo aquello que nos ayuda a ser mejores personas. En cambio, lo que se denomina hoy como útil, el beneficio, el lucro, el tener, el dinero es plenamente inútil, ya que no sirve para desarrollarnos como personas.

En el nuevo libro, Nuccio defiende la idea de la trascendencia de los autores clásicos, hoy marginados, para la educación y para la vida en general. En la introducción señala que en los últimos 15 años, en el primer semestre de cada curso, todos los lunes ha leído un pequeño fragmento en verso o en prosa de autores clásicos, y posteriormente realizaba unas reflexiones. La experiencia ha sido muy bien acogida por los alumnos, y considera que el acercamiento a los clásicos no debería hacerse con el objetivo de aprobar un examen, sino por puro placer, y para entendernos mejor y entender el mundo que nos rodea. Un libro clásico es aquel que es capaz de responder a las preguntas que se generan los lectores a través de los siglos. Cada lector, cada siglo, se hace preguntas, y los clásicos las responden y siempre nos hablarán del presente. Ya que tienen muchas cosas que enseñarnos en nuestro vivir cotidiano. Y en esta tarea es clave la existencia de buenos profesores.

Es muy grave la expansión de la mercantilización en los sistemas educativos actuales, por lo que solo se piensa en los currículos cara el desempeño de una profesión futura. De ahí, la marginación de las disciplinas humanísticas. Pero está demostrado que la excesiva profesionalización mata la curiosidad y a la creatividad. Por otra parte, perseguir la quimera del mercado es una pura ilusión. Lo estamos constatando con el excesivo paro de los jóvenes. Las necesidades profesionales exigidas por el mercado cambian con una rapidez vertiginosa, y por ello es muy complicado adaptar los currículos escolares. La formación requiere plazos largos. No se necesitan muchas reformas, lo que se necesitan son buenos profesores. Los alumnos necesitan profesores con vocación, que ejerzan su profesión con pasión y con ilusión. Todos conocemos algunos de ellos que nos dejaron una profunda huella, y que nos hicieron amar y elegir una determinada disciplina o carrera. Albert Camus en el discurso de concesión del Premio Nobel recuerda y le muestra su agradecimiento a su maestro, Louis Germain.

Sigue diciéndonos Nuccio que la buena escuela no la hacen ni las tablets en cada pupitre, ni la pizarra conectada a internet, ni el director que ejerce como manager. ¿Estamos seguros que los alumnos aprenden más y mejor a través de los recursos multimedia y de materiales didácticos on line? En lugar de tanto gasto destinado a las nuevas tecnologías, que no hay que despreciarlas, y que sirven para generar grandes beneficios en el mundo empresarial, hay que invertir en la formación inicial y continua del profesorado. En España ambas muy deficitarias, aunque no en la preparación o dominio de su disciplina que es muy alto. Mas una cosa es tener conocimientos en historia o matemáticas, y otra muy distinta es saber enseñarlos para un aprendizaje adecuado de sus alumnos. Como también modificar completamente el acceso actual a través del sistema de oposiciones. Un buen modelo sería el de Finlandia, que es muy exigente, y que supone un gran reconocimiento social. Según la pedagoga sueca Inger Enkvist el éxito educativo en este país se debe a cuatro factores: los alumnos estudian, los padres apoyan, los profesores trabajan bien y el Estado les crea un marco adecuado.

Un buen profesor tiene que ser obviamente competente en su disciplina. Pero además y sobre todo su función esencial, no es la de producir masas de diplomados y graduados, sino la de formar ciudadanos libres, cultos, capaces de razonar de una manera crítica y autónoma, y solidarios con el mundo que les rodea. La escuela y también la universidad deberían educar a las nuevas generaciones para la herejía y la utopía, instándolas a tomar decisiones contrarias a la ortodoxia dominante, como la del pensamiento neoliberal

Termino con una cita de la novela Los Bunddenbrok. Decadencia de una familia de un clásico Thomas Mann: De un padre para su descendiente, se leía aquella célebre máxima: «Hijo mío, atiende con placer tus negocios durante el día, pero emprende sólo los que te permitan dormir tranquilo durante la noche». ¿Es actual?

*Profesor de instituto