La campaña electoral que se inició anoche ha estado precedida de una tensísima confrontación política, una convulsión que ha superado con creces las convocatorias electorales de los últimos años. Hay que exigir por tanto a los partidos --y unos tienen más responsabilidad que otros-- sosiego, honradez y ética en sus planteamientos para intentar que esta cita sea una ocasión de acercar a los ciudadanos las políticas y programas que articularán la vida del país en los próximos cuatro años. Una campaña es el escenario para el debate y la clarificación de ideas. Convertirla, como se ha intentado hacer, en una confusa y vergonzosa rebatiña --con ETA moviendo los hilos-- es una estupidez que podemos pagar todos. Y es, ante todo, una afrenta al sentido común y madurez demostrada por unos pueblos que en 25 años de Constitución han conseguido con su esfuerzo un prodigioso avance material y cívico. Por encima de las discrepancias ideológicas o tácticas lo que está también en juego es la renovación del pacto democrático que hizo que los ciudadanos, al margen de sus diferencias y diversidad, optaran por la concordia y la tolerancia. En estos comicios todos los políticos deben entender que la sociedad, plural donde las haya, quiere y debe seguir viviendo en clave de progreso y de respeto.