L a cumbre del clima que comienza hoy en Madrid tendría que representar la decisión de los países en la ambición por tomar las medidas necesarias para que no avance la crisis climática que ya no es una cuestión de expertos, sino que se detecta por la ciudadanía en la percepción diaria. Ciudades con atmósferas irrespirables, avance de la desertización, lluvias escasas y desproporcionadas, aumento de las temperaturas, todo un cúmulo de consecuencias que son provocadas o impulsadas por la actividad humana. Frenar el modelo de desarrollo habitual basado en las energías contaminantes es un objetivo al que, sin embargo, los países no dedican el esfuerzo al que se comprometieron en el Acuerdo de París.

Con los datos que aporta el programa de seguimiento del medio ambiente de la ONU, los firmantes deberían quintuplicar sus medidas para alcanzarlos en el 2030. Se va dejando por los intereses nacionales inmediatos y se deriva al futuro una solución que -de llegar a tiempo—supondrá mayores e intensos esfuerzos. ¿Y alguien duda sobre quienes recaerán estos cuando la emergencia se haga agobiante? Es la eterna filosofía del beneficio a corto plazo y mientras tanto se marea la perdiz con sentencias como la de América primero o las repercusiones sobre el empleo en sectores sensibles. Ya se sabe, se quema la Amazonia para ganar pastos a la ganadería de los poderosos y se enturbia el asunto con declaraciones de Bolsonaro acusando a Leonardo DiCaprio de financiar los incendios a través de las oenegés que los combaten. Ruido para consumo de negacionistas mientras el CO2 alcanza cifras de récord. Diez días por delante para prestar atención a lo que ocurra en Madrid. Del clima, se entiende.