Hoy se celebra el primer Consejo de Ministros del primer Gobierno de coalición desde la restauración democrática del 78. Tantos años preocupados por adjetivar de históricos a momentos que han devenido poco más que anecdóticos, hoy sí nos encontramos con un verdadero acontecimiento político.

Caracteriza a una época de transformación de los partidos políticos a partidos de cuadros modernos, en los que la organización central del partido llega a estar esencialmente dominada por el partido en las instituciones públicas (Gobierno, grupos parlamentarios) y con una clara personificación de su proyecto. Líderes con escasa contestación interna en partidos al servicio de las convocatorias electorales, y con un proceso de selección, como las primarias, que descabeza más la contestación interna. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias son ejemplo paradigmático de esta transformación y se extiende a la elección de sus ministros. En el nuevo Consejo de Ministros están los supervivientes de los procesos de Podemos, los cargos que fueron leales a Pedro Sánchez en su marea interna y un tercer grupo reducido de técnicos económicos y altos funcionarios, en ministerios claves, que busca la aceptación del Gobierno en el exterior y los mercados.

Nos homologamos así con el resto de Europa occidental donde los partidos relevantes o duraderos han ejercido poder en los gobiernos nacionales durante algún periodo de tiempo. A excepción de Ciudadanos, porque no ha tenido tiempo de experimentar una consolidación nacional y de Vox por razones bien distintas, el grueso de los partidos habrá ejercido la gestión cotidiana de los asuntos públicos y eso cambia definitivamente la política de un país. Los políticos inmaculados o el purismo doctrinario dan paso al posibilismo, a la concreción y la demarcación de las oportunidades. A este proceso de gubernamentalización de los partidos no se han incorporado todavía a los partidos nacionalistas periféricos, y se lleva intentando desde el primer Gobierno de José María Aznar. Y del mismo se ha autoexcluido Vox, que sabe que solo desde la oposición puede crecer y por eso no muestra interés en participar, prefiere influir en sus políticas y criticarlas al mismo tiempo. La ultraderecha española, igual que sus correligionarios europeos intenta transformar una oposición particular en un asalto generalizado al sistema de partidos, sirviéndose del problema de legitimidad en las democracias. Habrá que ver cuántos y desde qué posiciones están dispuestos a alimentarlo en esta legislatura.