Esta semana se han producido dos accidentes similares en la forma pero con magnitud y resultado bien distintos. En la ciudad italiana de Génova se desplomó un viaducto de la autopista más importante de esa región, lo que ha provocado varias decenas de muertos; y en la ciudad española de Vigo se derrumbó un muelle del puerto, donde sólo hubo varios heridos leves.

Ambos accidentes se debieron a una deficiente inspección de esas infraestructuras y a la irresponsabilidad de quienes no estuvieron atentos a su cuidado.

En el caso de Génova, la culpable es la concesionaria de la autovía, una infraestructura que pasó de ser pública a privada. La empresa facturaba millones de euros y sus accionistas cobraban pingües beneficios a la vez que descuidaban la seguridad y el buen estado de una de las travesías más transitadas de Europa. Se trata, sin duda, de uno más de los numerosísimos casos en los que el afán de beneficios privados y la falta de control público, donde también hay culpables, provocan tragedias que son evitables.

En el caso de Vigo, el puerto es de titularidad pública y son dos administraciones, el Estado a través de la Autoridad Portuaria y el ayuntamiento, las que tienen las competencias de su mantenimiento y seguridad.

Pues bien, estos días se ha visto a los dos ¿responsables?, el presidente de la Autoridad Portuaria y el alcalde de Vigo, echarse a la cara la culpabilidad del derrumbe del muelle, en un cruce de acusaciones realmente lamentable y que avergüenza a cualquier persona con sentido común. Ambos se han quitado de encima sus responsabilidades. El alcalde, el socialista Abel Caballero, se ha lavado las manos y ha declarado que el ayuntamiento nada tenía que ver: mentira; el concejo vigués dio la autorización, de manera insensata, para celebrar un concierto multitudinario sobre una superficie que presentaba serias deficiencias. Y el presidente de la Autoridad Portuaria, Enrique Vega, destacado miembro del PP, tiene también buena parte de la culpa, pues ni mantuvo en condiciones ese muelle ni advirtió que no en estaba preparado para soportar a miles de personas bailando encima.

Alcalde y presidente portuario se han comportado como dos cobardes e irresponsables. La justicia dirá la última palabra en este caso, y ya se verá si además hubo funcionarios que obraron con negligencia en sus funciones de inspección, pero, por lo visto hasta ahora, estos dos insensatos no deberían seguir ni un minuto más al frente de las instituciones que dirigen. Por decencia.

*Escritor e historiador