He seguido con interés, aunque en diferido, algunas sesiones del juicio que en la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional se está desarrollando contra los acusados por presuntos delitos de sedición, rebelión y malversación a resultas de la declaración unilateral, suspendida a los ocho segundos, de independencia que proclamó el gobierno de la Generalitat de Cataluña en octubre de 2017.

Por un lado me ha llamado la atención la cobardía e hipocresía de los principales responsables de semejante desaguisado: nueve exconsellers (Junqueras, Turull, Forn…), una expresidenta del Parlamento de Cataluña (Forcadell) y los dos dirigentes de Omniun Cultural y Asamblea Nacional Catalana (Cuixart y Sànchez). En sus variopintas declaraciones, los acusados (como es su derecho incluso pueden mentir en su condición de tales) han negado haber cometido hechos que son evidentes, al margen de que en su momento sean considerados delictivos, o no, por el tribunal. En cualquier caso, su cobardía es manifiesta, aunque entendible porque se enfrentan a posible condenas de muchos años de cárcel.

Lo que no se entiende es la irresponsabilidad y ligereza con que han declarado cuatro testigos fundamentales, como son Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría, Cristóbal Montoro y, sobre todo, Juan Ignacio Zoido. Especialmente patética y esperpéntica fue la comparecencia ante el tribunal del tal Zoido, exministro del Interior, que con cara de pasmado se limitó a decir que él no sabía nada del operativo, que no decidía nada, que no recordaba nada y que apenas había tenido nada que ver con ese asunto, despejando cualquier responsabilidad y dejándola en manos de sus subordinados.

Qué diferente la actitud de este tipo, el tal Zoido, a la de líderes como Margaret Thatcher, la primera ministra británica quien, cuando su policía secreta abatió el 6 de marzo de 1988 en Gibraltar a tres miembros del IRA que iban desarmados, en vez de esconderse y echar toda la culpa de aquellas muertes a sus policías, dijo: «Yo disparé», asumiendo la responsabilidad de aquellos terribles hechos.

El tal Zoido, no. Probablemente, mientras la policía cumplía, con todos los peros que se quieran poner, las órdenes judiciales, el exalcalde de Sevilla y entonces ministro andaba tomando cañas o viendo un partido de fútbol, ajeno, según sus propias declaraciones, a cuanto estaba sucediendo en Cataluña. En esas manos de cobardes e irresponsables hemos estado los españoles. Ojalá gente así no vuelva jamás a ejercer un cargo político. Nunca.

*Escritor e historiador