Escribo esto desde lejos. Cuando miles de coches y sus aturullados conductores están a punto de volver a casa por aturulladas carreteras y autopistas, desde aturulladas playas, y en medio de aturulladas caravanas. Verdaderas procesiones de pasión, sufrimiento e impaciencia. Somos un país que ha medido su ascenso económico a través de sus símbolos exteriores: los coches y la supuesta libertad que ofrecen. Y es mentira. La sociedades modernas son aquellas que no viven un espejismo de felicidad. ¿Se imaginan todos esos movimientos de masas en trenes limpios, eficaces, puntuales y modernos, que sustituyan a miles de coches inhumanos?. ¿Se imaginan volver a casa y disponer de un tren para llegar a trabajar, un tren que nos comunique con las cercanías, el ocio y las obligaciones?. ¿Se imaginan que hemos vuelto a la cotidianeidad y construimos una urbe diferente donde contemos personas y no contaminación atmosférica y sonora, donde la movilidad humana sea limpia y no visceral, atragantada de tubos de escape?. No es un capricho ecologista. Es una necesidad ecológica y mental. Cambiar nuestra movilidad para cambiar nuestro entorno, nuestro tiempo y nuestra vida.

*Periodista