Las oenegés que trabajan en el Mediterráneo frente a las costas de Libia salvando la vidas de los refugiados que tratan de llegar a Europa a bordo de embarcaciones muy precarias están citadas el martes en el Ministerio del Interior italiano para discutir un nuevo código de conducta que Roma -con el aval de la UE- quiere imponer. Si las oenegés se niegan, el Gobierno italiano ha advertido de que podría no autorizar el desembarco de inmigrantes en sus puertos, lo que tendría un efecto trágico. El código establece cuestiones técnicas (muchas de las cuales, afirman las oenegés que ya se llevan a cabo), como llevar encendido el radar de localización, no comunicarse o enviar señales luminosas para facilitar las partidas de embarcaciones, ni contactar con traficantes, certificar la preparación técnica de los socorristas, recibir a las autoridades policiales a bordo y la obligación de cooperar con las autoridades en el lugar de desembarco. Más ampollas levantan otras exigencias, sobre todo la de proporcionar información a las autoridades de las personas rescatadas y los conductores de las barcazas, exigencia que amenazaría las operaciones de rescate.

En la decisión de aplicar este código subyace la enorme desconfianza entre la UE y las oenegés. La labor de estas entidades en el Mediterráneo pone de manifiesto de forma cruda e incontestable la incapacidad de las autoridades europeas para acabar con el drama de muerte y desesperación en que se ha convertido la ruta del Mediterráneo para los refugiados, una vez que los acuerdos de Bruselas con Turquía y un mayor control fronterizo han cerrado la ruta de los Balcanes. Repetir el polémico acuerdo con Turquía con Libia es complicado por el vacío de poder que hay en el país africano, pero es que además allí se dan espeluznantes atrocidades contra unas personas cuyo único delito es huir de la guerra y la miseria.

La UE no solo es incapaz de impedir que el Mediterráneo se convierta en una gran fosa común que debería avergonzar a todos los europeos, sino que hace tiempo que está embarcada en un pulso con las oenegés de rescate, a las que acusan de impulsar un efecto llamada y de colaborar, implícitamente, con las mafias.

Una acusación muy injusta: el único efecto llamada es el que obliga a miles de personas a huir de la guerra. Los refugiados siguen siendo la vergüenza de Europa.