La honestidad es el espacio individual que ocupamos entre lo que disimulamos y lo que fingimos. El problema es que ese hueco se estrecha más cada día. Con disimulo aparentamos no tener lo que tenemos. Al fingir, intentamos demostrar que poseemos aquello de lo que no disponemos. Como dijo el gran Marx, «el secreto de la vida es la honestidad y el trato justo». Si puedes fingir eso, lo has conseguido. Esta paradoja, de Groucho, señala que la personalidad se encoge para adaptarse al medio. Aunque es el medio el que nos presiona y rodea sitiando nuestra identidad.

Debemos simular satisfacción o disimular la alegría, según el caso, para no llevar la contraria social. Tras levantarnos, nos ponemos cada día un traje que encaje con el tono familiar. Llegamos al trabajo, al estudio o a la búsqueda de un empleo y nos enfundamos el uniforme adecuado al ambiente. Incluso nuestro tiempo de ocio y socialización requiere una vestimenta particular para cada ocasión. Tras este maratón de disfraces del comportamiento nos acostamos, agotados y casi desnudos, con un ligero «salto de cama» como único pijama de personalidad. En medio de esta vorágine llega una frase mágica que lo soluciona todo: «Sé tú mismo».

Lema homeopático

Este lema homeopático está lleno de vaciedad infinita en solo tres palabras. Después de estar todo el día disimulando opiniones, simulando emociones y evitando ser honrados, con tal de sobrevivir, no parece fácil despelotarse, psicológicamente, con honestidad. Así, la fortaleza personal solo se puede sostener con dos estrategias: la huida o el afrontamiento de la situación.

El abandono anacoreta resulta poco factible. El apoyo psicológico debe fortalecer aspectos individuales que sumen cooperación y confianza, propia y con el resto. Una autoestima sólida pone en valor lo particular de la identidad y lo común del apoyo social. Con ella controlaremos el vestuario de nuestra personalidad, que tendrá que adaptarse a diversas situaciones. Si cuidamos esa pepita dorada de nuestro ser, la honestidad nos acompañará en el camino de la satisfacción, aunque finjamos recorrerlo con disimulo.

La personalidad política necesita honestidad para evitar que el partidismo, el electoralismo y el egoísmo la mantengan prisionera de farsantes y escapistas. Los primeros simulan lo que no son. Los segundos evitan parecer lo que son. La semana ha estado protagonizada por el escrito remitido por Bárcenas a la Fiscalía. Sabemos que el PP se ha lucrado con la corrupción.

Por eso fue el primer partido político condenado en democracia en España. Al extesorero le pagaron en Génova su finiquito en diferido. Ahora les devuelve el recibí, en su confesión, con el triturador de Rajoy regresando como una máquina del tiempo contra el futuro de Casado. Tanta simulación no puede disimular los hechos y los cohechos que atenazan a los populares. El principal problema del PP no está en su ideología. Lo grave es que sea una formación cohecha y derecha. Vamos, una cohederecha.

Visita de Unai Sordo

El martes conocimos los datos de un paro que se ceba, en particular, con mujeres y jóvenes. El desempleo de larga duración y la precariedad son algo más que números. Más de 85.000 personas sin trabajo en Aragón, un descenso de la afiliación a la Seguridad Social y más de 15.000 personas en erte, demandan dedicación plena y urgente. Esta semana nos visitó Unai Sordo, secretario general de CCOO, que estuvo acompañado en Zaragoza por su homólogo maño, Manuel Pina. Recordó que la lucha sanitaria contra la pandemia es el tratamiento más adecuado contra la crisis económica.

Las políticas activas de empleo con inversión pública, la negociación del Gobierno con los agentes sociales y el mantenimiento de un escudo social a trabajadores y empresas, son las mejores, y casi únicas, opciones de recuperación.

Los datos no fingen la realidad y las personas no disimulan la pobreza que acecha. La ocurrencia de sustituir la prioridad sanitaria por una lucha de clases, entre sectores laborales, para vacunarse antes unos contra otros, es deshonesto y ruin.

Recordamos esta semana la batalla contra el cáncer. Las prioridades de lo urgente nos hacen desatender las de siempre. La salud no es la ausencia de enfermedad sino un bien que se cuida, cada día, física, psíquica, social y económicamente. El disimulo y la simulación, cuando se hacen crónicos, son tumores malignos del comportamiento. En cambio, la honestidad representa la salud de la personalidad. Y la única forma de ser honesto consigo mismo, es serlo con los demás.