Hay una emergencia social que te puede afectar a ti, aunque creas que las imágenes de la televisión con personas pidiendo alimentos a la puerta de las oenegés es la vida de los otros. Son las colas del hambre para los afectados pero las de la vergüenza como sociedad.

Revirtamos los conceptos, ya en 2008, con la crisis inmobiliaria levantábamos el tabú de la pobreza con el activismo antidesahucios que llevó a cambios de percepción y actuación en administraciones públicas y entidades financieras. La mayor situación de indefensión con la que te puedes encontrar en la vida más que minar tu dignidad debería hacer reaccionar al resto. A los que como no éramos trabajadores de la construcción hace diez años no nos afectó tanto, a los que no nos dedicamos al sector servicios no hemos visto ahora reducidos nuestros ingresos a cero, pero somos a los que en cualquier momento puede hacerse realidad, el luego vinieron por mí y no quedó nadie para hablar por mí, del célebre poema de Martin Niemöller. Hablemos de ellos, que al fin somos todos.

Somos uno de los países de la Unión Europea que menos está gastando en compensar el efecto social y económico de la pandemia. Alemania ha invertido más de 8 puntos del PIB en la gestión directa de la pandemia y 30 puntos en las medidas de ayuda y protección social, Francia ha invertido 5,2 y 15,7 puntos respectivamente, mientras España hasta el momento ha invertido 3,5 y 14,2 puntos de PIB en la gestión sanitaria, económica y social de la pandemia. Y las costuras de una estructura económica y laboral vuelven a quedar expuestas de nuevo y necesitamos primero de una inyección monetaria para sobrellevar el naufragio mientras repensamos nuestro modelo productivo.

Los salarios y las gratificaciones de los trabajadores del sector hostelero, los interminables problemas del acceso a la vivienda que son un mal casi endémico de este país, la protección a los autónomos, son parte del dibujo de las carencias que ha destapado esta crisis que no puede compensarse con una prestación como el salario mínimo vital que deja excluidos a muchos que lo necesitan para vivir, y de ayudas directas que tardan en llegar. Todo lo que gastemos ahora en proteger nuestro tejido económico y social será una inversión de la que obtendremos resultados mañana. No hay argumento macroeconómico que me convenza que un país que tiene a sus ciudadanos pidiendo para comer será en el futuro un país mejor.