Una vieja amiga decía que se comería las montañas a cucharadas. Esas laderas nevadas trufadas de pedrolos negruzcos le hacían imaginarse enormes cucuruchos de stracciatella. Qué empalago. Se hubiera vuelto loca de enterarse de que hay nieve rosa fresita. Sí, no es una alucinación, es el efecto del alga tiñendo el manto de este colorante tan cuqui.

En las montañas para muchos los copos son de color verde. El tono de los billetes. La pasta. Las estaciones de esquí son el foco de atracción turística de muchos polos del Pirineo y en la Ibérica turolense. Son el motor económico que atrae a turistas en invierno, principalmente de fuera de Aragón, que se dejan sus ahorros comprándose una casita, pidiendo un menú en el restaurante de Mariano, pagando el forfait o renovando sus gafas en la tienda de Benás.

El negocio no se restringe a los grandes propietarios del tinglado, se extiende por muchos pequeños y medianos establecimientos que hacen su agosto en enero. Las restricciones de la pandemia, la falta de movilidad, ha provocado que se pierda ya el 60% de lo que se recibe de los visitantes, del sustento de muchas familias. Este desmayo ha unido en la protesta a las comarcas del Pirineo, incluidas las que no cuentan con telesillas, y también Gúdar - Javalambre, en Teruel. Pedir un rescate a los gobiernos para paliar a esos que se han quedado a dos velas es lícito, justo y necesario. Apoyarles es obligado, sabiendo cuánta gente sobrevive en estas zonas gracias al elemento que generosamente nos está visitando esta semana.

Silicon Valley en la huerta

Hay que hacerlo porque el turismo es el principal sector del valle. Ha sustituido a la agricultura y en gran medida a la ganadería, aún triunfante en el secano. Los intentos de promover otras estructuras chocan con la realidad de la falta de infraestructuras, que es competitividad, del movimiento universal de la economía. Montar algo por aquí no suele ser una buena inversión, aunque se va avanzando con ilusión en proyectos más adaptados y otro más valientes. Porque hacer un Silicon Valley en la huerta de la abuela no es tan sencillo. Ni un 'coworking', co.

Porque el campo tiene una dependencia vital de la ciudad y de sus ciudadanos. Ese turismo son ellos, los que que pasan sus fines de semana o puentes colgados del remonte, de escapada a la casita rural con encanto. Para ellos es el grano y la chuleta que aquí se engorda, mientras por los pueblos se va cerrando el economato, la panadería, el estanco y cualquier otra tasca que imagines. Cosas de la globalización y su 'consumismo planetario'.

En este 2020 que nos ha enseñado la necesidad de sentir al cercano, quizá nos deje esa moraleja, que para subsistir quizá habría que plantear esa forma de ganarnos las perras. Quizá no pensando tanto en los que vendrán, sino en los que están, consumiendo cercanía, solidaridad, apoyo, conformarse quizá con menos pero mejor. Como antes, con lo bueno de ahora. Combinarlo mejor. No ser únicamente gregarios de los otros. Ese sería el verdadero rescate.