Desde que escribo columnas, mi vida ha cambiado. Sutilmente tal vez, pero ha cambiado. Lo noto en pequeños detalles. Ahora miro todo lo que me rodea con otros ojos, con otro talante, quizás anhelando, inconscientemente, el tema de mi siguiente columna. Leo las noticias con fruición, intentando sacarles punta; buceo entre líneas buscando esas perlas negras que están ahí pero ocultas a la mayoría de las personas. Sufro de columnitis aguda, una enfermedad muy común entre los escritores y periodistas: consiste en contemplar la realidad como un campo experimental del que hay que extraer la chispa, el jugo, el significado. Se podría decir que el mundo es un vasto esqueleto al que hay que arrancarle la columna vertebral. Tal cual. Pero no lo digo como algo negativo, que conste. De hecho, ser columnista tiene aspectos muy positivos. He descubierto que me sirve como excusa para hacer lo que realmente quiero. Cariño, tenemos que ir a ver la última película de Quentin Tarantino, pero para la columna, eh, ya sabes. Y cuela (en este caso porque salen Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, todo hay que decirlo). A mi mujer la escena que más le ha gustado es cuando Brad Pitt se quita la camiseta para arreglar la antena de televisión. Curiosamente, y salvando las distancias, yo en las columnas hago lo mismo. Me desnudo emocionalmente, realizo un striptease sentimental, intentando aportar algo de mi experiencia a los lectores. ¿Da para columna?, pienso cuando tiene lugar alguna anécdota graciosa en mi entorno cercano. Y a veces sí y a veces no. La vida es una columna. H *Escritor y cuentacuentos