Hace décadas que la Iglesia católica española abandonó el espíritu de cruzada, la defensa de un modelo político autoritario y el oscurantismo. Sociólogos tan solventes como Víctor Pérez Díaz han puesto de manifiesto, con sosegados y claros argumentos, cómo esa antigua y arraigada institución religiosa ha contribuido de forma efectiva y honesta al consenso constitucional de la democracia. De modo irreversible, el catolicismo español renunció a la imposición dogmática y a la peste a sacristía.

El giro de la Iglesia española no fue únicamente una adaptación interesada a una serie de cambios sociales imparables. Fue también una ruptura forzada desde dentro de la propia institución. Una búsqueda de nuevas bases morales sobre las que construir una convivencia social eficaz. Pero estos cambios no han alterado --no tienen por qué-- lo esencial de su mensaje evangélico. Como está sucediendo con asuntos como la protección de la vida y la familia, el progreso humano o la cohesión social.

En democracia, a nadie se le puede negar el derecho a mediar con firmeza, aunque respetuosamente, en cualquier debate de interés ciudadano. A la Iglesia católica, mal que les pese a los anticlericales, tampoco. Está en su papel al pronunciarse sobre el aborto, el matrimonio homosexual o la educación religiosa. Millones de españoles están de acuerdo en estos asuntos con su Iglesia. ¿También les vamos a impedir manifestarlo? ¿Vamos a dejar que cuatro comecuras les impongan silencio?.

*Periodista