El juego de los mercados es muy antiguo y sobre esa misma base de ofertas y demandas es como todo se va desarrollando: el comercio. Este es el concepto sobre el que se ha movido su funcionamiento estableciendo las fuentes y el destino, no solo de bienes y servicios. El comercio ha sido el principal canal de intercambio cultural, por tanto, no tiene crítica como instrumento de negocio.

El final del Neolítico marca el cambio de una subsistencia endogámica; la abundancia de cosechas, superiores a las necesarias para la existencia, y el inicio de la alfarería y la siderurgia producen el nacimiento del comercio a través del trueque, lo que les sobra a unos se cambia por lo que les falta, con aquellos que necesitan hacer la operación contraria, ya en aquellos tiempos aparecieron los intermediarios que hacían la función de almacenaje para momentos de mayor necesidad.

Este incipiente comercio dio lugar al intercambio de conocimientos de todo tipo, lo que permitió una veloz evolución de los territorios; con la creación de la moneda, como instrumento que le daba mayor dinamismo y efectividad, se inicia el surgimiento de las rutas comerciales que permiten un descubrimiento de unos pueblos por otros y la continuidad de compartir saberes y experiencias técnicas y culturales.

Conforme la función del comercio se depura y extiende, llega el momento en que es el instrumento principal en la vida de las personas y demanda mayores espacios para continuar su desarrollo. Esto genera lo que conocemos como la globalización, que es como entender el comercio en caminos abiertos, sin fronteras ni interferencias de cualquier tipo.

Este modelo no ha tenido una proyección más amplia, el mercado laboral entre otros, porque igualar los salarios no interesa a los costes de producción, se deslocalizan las empresas en lo que significa el marco productivo, que no deja de ser otra cosa que un sistema de explotación encubierta. También sucede con el mercado de capitales, después de la crisis financiera de 2008, en la que la falta de regulación de los bancos les permitió obrar a su antojo, al margen del blanqueo de capitales que no comprobaban y otras operaciones tipo colaterales que rompieron con los mercados hipotecarios. Después de una tímida regulación, de nuevo, la banca ha encontrado un fértil campo de actuación: los movimientos de capitales entre países. Con la excusa de la lucha contra el blanqueo se retienen sine die los fondos a coste cero.

Pero volvamos al comercio y los mercados, me declaro firme defensor de estos, ya he mencionado cómo la historia de la humanidad, casi desde sus inicios, había avanzado a través de ellos, cubriendo necesidades, cultura e innovación. También debo afirmar que no podemos dejar que funcionen con libertad absoluta y que todo lo que se negocia no es comercio, bajo este epígrafe hay mucho acto delictivo y otros que no siéndolo, no son recomendables.

El comercio debe tener su base en la libre circulación. Que las fronteras no sean un hándicap para su función y los aranceles no sean el escollo a la competitividad de las empresas, porque al final lo que sucede con todo esto es un grave perjuicio para los ciudadanos, que, o bien, le encarece el acceso al objeto de compra/venta o les bloquea la posibilidad, por tanto, las confrontaciones políticas que en el periodo Trump se han venido produciendo, entorpeciendo el comercio internacional, deberán volver a su antigua posición e incluso avanzar más allá.

El Brexit ha tenido su principal lucha en cómo iba a quedar el comercio entre la Unión Europea y el Reino Unido. Debo decir que no estoy seguro de que se haya cerrado un buen acuerdo al respecto y sí que todos lo sufriremos en nuestras economías, reflexionemos sobre esto. Las fronteras son algo que ya no responden a intereses generales de las personas y tienen un coste muy elevado. El mundo podría ser más transparente y avanzado sin ellas.

También ciertos comercios desdibujan la idiosincrasia de este. Un buen ejemplo de ello es el agua que ha iniciado ya su aparición en la Bolsa de Wall Street, esto se llama: especular con los derechos de un bien de primera necesidad. La privatización de manantiales, que ya entendemos como algo natural, pero que, sin embargo, se hace con un elemento vital para nuestras vidas, debe llamarnos a pensar en los límites que se deben dar. Hubo un tiempo que quienes deseaban generarse su propia energía a través del sol debían pagar por hacerlo, pero: ¿de dónde nace ese sentido de la propiedad? No se sabe cómo esto se puede convertir en la defensa de espurios intereses de mercados monopolistas.

Demos al comercio el valor que debe de tener como vehículo de interconexión entre ciudadanos, que cubre necesidades de unos y permite el progreso y el avance en nuestras formas de actuar. No lo desvirtuemos ni prostituyamos con cuestiones que ni son comercio ni aportan nada a nuestras vidas, al contrario, las perjudican.