No tenía la menor idea, la verdad, de que José María Aznar, además de inspector de Hacienda y presidente del Gobierno, ahora en funciones, fuese también periodista. Ignoraba que, desdoblándose en un ejercicio de intrusismo profesional, ejerciera asimismo como comisario jefe de prensa de Moncloa. Ahora que lo sé, estoy mucho más intranquilo.

Hemos accedido al conocimiento de esta afición presidencial gracias al artículo que Antonio Franco, director de El Periódico de Cataluña , publicó el pasado martes, en estas mismas páginas. Franco desvelaba que José María Aznar, personalmente, se había puesto en comunicación telefónica con él durante la misma mañana de los atentados de Madrid, para asegurarle que la autoría correspondía a ETA. Casualmente, antes de recibir la llamada de Moncloa, Antonio Franco había expresado sus dudas a Radio Nacional. A fin de disipárselas, el presidente Aznar le dio toda clase de garantías. Pero sobre todo la principal, para un periodista: su palabra. La palabra de un presidente del Gobierno.

Franco, en consecuencia, tituló con ETA. Pero, a la jornada siguiente, sus redactores habían reunido ya suficientes datos como para apuntar a Al Qaeda, y la comparecencia de Acebes estuvo sembrada de vacilaciones. Entonces, al atardecer, el director recibió una segunda llamada de Aznar. Y de nuevo el presidente le garantizó que la autoría del 11-M había que atribuirla al terrorismo vasco. "Ha sido ETA, no tengas duda", le dijo Aznar.

Otros directores de medios recibieron asimismo la llamada o llamadas de José María Aznar, cuyo propósito, hoy podemos verlo con claridad, no era otro que intoxicar a la opinión, intentando sostener hasta el domingo electoral la patraña que menos perjudicaba al PP.

En cualquier político, una actitud de esta naturaleza, su perversión intrínseca, la amenaza que supone contra el sistema democrático y la libertad de expresión debería ser paliada con su definitiva retirada de la Administración y la vida públicas. Pero si dicha y vergonzante maniobra procede nada menos que de la cúspide del poder, entonces, además de mantener al autor lo más apartado posible de las estructuras democráticas que tanto ha costado levantar, habrá que proceder a una limpieza en profundidad de los canales de comunicación oficial. De las agencias de prensa estatal. De los gabinetes institucionales. De las televisiones públicas o semipúblicas. De todos los medios de comunicación intervenidos, manipulados, ocluidos, secuestrados por el Partido Popular.

Organismos como el Círculo de Corresponsales Extranjeros (que también sufrió la intoxicación monclovita) o el Consejo Asesor de TVE-Aragón han comenzado a tomar algunas medidas. El Círculo ha denunciado el torpe intento de manejar a sus enviados especiales, mientras que el Consejo Asesor, por su parte, ha exigido el cese del jefe de Informativos de la delegación aragonesa de TVE. Antonio Pelegrín, por negarse a informar sobre las elecciones. Debe quedarle un telediario, y mucho tiempo libre para repasar el código de ética.

*Escritor y periodista