La comisión parlamentaria sobre los atentados del 11-S crea un espectáculo informativo lamentable. Partidos que han visto y oído unos mismos testimonios explican conclusiones diametralmente opuestas, mientras algunos periodistas magnifican nimiedades y desvían la atención de los temas esenciales. Encima, asistimos a hipocresías manifiestas. El PP clamó, por ejemplo, porque un portero había hablado con un miembro del PSOE antes de declarar, cuando este mismo partido reunió en su sede de la calle de Génova a la anterior cúpula de Interior y los miembros populares de la comisión para preparar sus preguntas y testimonios.

Toda esta confusión no logra ocultar que la información aportada, incluyendo los documentos secretos de ayer, confirma lo que era evidente. Que el Gobierno del PP acusó sin dudar a ETA cuando tenía motivos sobrados para no descartar la pista islámica. Y que sólo cuando la evidencia era abrumadora confesó que el terrorismo integrista era una hipótesis más. Pero la comisión aún no nos ha aclarado si España había adoptado las medidas lógicas de prevención ante el terrorismo integrista cuando era evidente que corríamos un riesgo. Y, tampoco, si ya están tomadas.